DESTRUYAMOS SHILLACOTO!!! (Frase de cabecera de Ana ESTEBAN TACUCHI)
Con una mezcla de resignación, indignación, cólera pétrea y una conmoción de asco e impotencia, leo en “El Correo” –los diarios chicha “Ahora” y “Hoy” no lo tratan- sobre el intento de destruir parte de nuestro patrimonio monumental e histórico legado por antiguos pobladores de Huánuco, restos arqueológicos que en cualquier parte del mundo serían salvaguardados como parte de una valiosa heredad cultural, tesoro que si se destruye no se recuperara jamás.
Todo indica que campea la indiferencia en muchas gentes frente a estos restos enormes de vidas pasadas; todo pareciera señalar que solo es tarea de pocos resguardarla, protegerla y salvarla de estos y otros ataques. Pero lo cierto es que desde hace mucho tiempo le dimos la espalda a Shillacoto y la echamos de nuestras vidas con un soberano portazo; luce descuidada y enferma, abatida y también invadida en sus fueros íntimos; luce golpeada y bastardeada por unos cuantos que osaron rehabitarla desafiando a todo tipo de observancias u honores que se debería guardar ante este patrimonio. Ana Esteban Tacuchi es el nombre de un monstruo que abomina del pasado, de una terrorista antihistórica que petardea lo poco que queda de unas construcciones preincásicas y cuya tarea es no dejar piedra sobre piedra de este monumento. Ana Esteban encarna a una Atila resentida de una provincia olvidada que quiere arrasar con estas ruinas que le revuelven la bilis y los bolsillos, ya que ella jura y recontra jura que los terrenos que yacen bajo esas construcciones le pertenecen. A Ana Esteban Tacuchi, poco le deben interesar esas paredes de barro y piedra, porque le deben parecer corralones absurdos que no sirven para nada… Quiza, como a muchos huanuqueños, a ella solo le importe su fin individual, su yo propio y circunstanciado a su ego solitario, importándole poco o nada el fin social, el yo colectivo, el yo social, de los cuales no debe estar ni enterada; importándole poco o nada los símbolos de la ciudad, sus espacios abiertos o la magnífica heredad que significa para nosotros Shillacoto. Le debe interesar poco el destino de nuestra casa grande -que es Huánuco-, su futuro que a estas alturas debe parecerle abyecto, sin sustento, plúmbeo, amargo y sin contemplaciones… A esta señora, como a muchos miserables, no les conduele el dolor de los otros, el dolor de toda una ciudad que se desangra a gritos; solo lanzan ayes lúgubres cuando les lastiman el único órgano sensible que poseen: el bolsillo. En mi caso, como a algunos amigos, Huánuco no deja de dolernos, ya que constantemente es zaherida por una inmensa desidia y una ñoñez vomitiva a prueba de balas.
Todo indica que campea la indiferencia en muchas gentes frente a estos restos enormes de vidas pasadas; todo pareciera señalar que solo es tarea de pocos resguardarla, protegerla y salvarla de estos y otros ataques. Pero lo cierto es que desde hace mucho tiempo le dimos la espalda a Shillacoto y la echamos de nuestras vidas con un soberano portazo; luce descuidada y enferma, abatida y también invadida en sus fueros íntimos; luce golpeada y bastardeada por unos cuantos que osaron rehabitarla desafiando a todo tipo de observancias u honores que se debería guardar ante este patrimonio. Ana Esteban Tacuchi es el nombre de un monstruo que abomina del pasado, de una terrorista antihistórica que petardea lo poco que queda de unas construcciones preincásicas y cuya tarea es no dejar piedra sobre piedra de este monumento. Ana Esteban encarna a una Atila resentida de una provincia olvidada que quiere arrasar con estas ruinas que le revuelven la bilis y los bolsillos, ya que ella jura y recontra jura que los terrenos que yacen bajo esas construcciones le pertenecen. A Ana Esteban Tacuchi, poco le deben interesar esas paredes de barro y piedra, porque le deben parecer corralones absurdos que no sirven para nada… Quiza, como a muchos huanuqueños, a ella solo le importe su fin individual, su yo propio y circunstanciado a su ego solitario, importándole poco o nada el fin social, el yo colectivo, el yo social, de los cuales no debe estar ni enterada; importándole poco o nada los símbolos de la ciudad, sus espacios abiertos o la magnífica heredad que significa para nosotros Shillacoto. Le debe interesar poco el destino de nuestra casa grande -que es Huánuco-, su futuro que a estas alturas debe parecerle abyecto, sin sustento, plúmbeo, amargo y sin contemplaciones… A esta señora, como a muchos miserables, no les conduele el dolor de los otros, el dolor de toda una ciudad que se desangra a gritos; solo lanzan ayes lúgubres cuando les lastiman el único órgano sensible que poseen: el bolsillo. En mi caso, como a algunos amigos, Huánuco no deja de dolernos, ya que constantemente es zaherida por una inmensa desidia y una ñoñez vomitiva a prueba de balas.
1 comentario:
Realmente interesante
muy muy bueno!
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