07 noviembre 2007

“LA VIDA ES COMO SI ME GOLPEASEN CON ELLA…”

Me va ganando el desgano en estas semanas de tedio y de té. Nada parece tener importancia, nada logra despertar mi atención, o casi nada. Como un animal que agoniza, mis ojos tienen el brillo turbio y mortecino que confiere el saber que aquél momento no querido esta por ocurrir. Si llegase ahora, no me inquietaría demasiado, solo, solo que tal vez partiría dejando algunos asuntos pendientes, unos negocios por resolver... En días como estos –grises, ríspidos, agostados y asfixiantes- para escapar de la monotonía y la repulsa al cual me engarruño, me dejo atrapar por las evocaciones de algunos paisajes que alguna vez habité. Lentamente, las imágenes se vuelven nítidas, mas profusas y llenas de vida, ya que rememoro con fruición los paisajes de mi infancia, aquellos años en los cuales fui intensamente feliz (no es que ahora sea un maldito desdichado, solo que tal vez mi capacidad de disfrute haya sufrido una merma por el paso de los años); atrapo minutos, fragmentos de felicidad que surgieron del regazo y de los brazos de mi madre, mujer cuyo amor inmensurable y primigenio disfruté como pocos; sus ojos, sus manos, su boca, eran fraguas y usinas de afecto y dulzura; la armonía de su voz y su ¡pero, hijos! son derroteros que aún hoy me contienen, son lazos que aun me atan a la vida y a sus embrollos....

Pero ahora, sin perseguirlo, partiré rumbo a otra digresión, a la posible causa del quebranto de mi demacrada atención –que por ahora no tiene cura-... Si bien es cierto que aún poseo una conciencia en franca ebullición, en motín extravagante, parecía que hasta hace poco nada estaba bien para Zita (permítanme hablarles de ella)... Ella siempre fue honesta, sin medias tintas, sin aspavientos. Para Zita se era o no revoltoso, se tenía o no conciencia social. Y lo mejor, es que lo expresaba de manera tan firme y convencida, y con cierto candor, que la hacía verse fatal.

-Me enseñaron a tomar siempre una decisión, Richard, no se debe andar con vueltas...
-Ya lo creo Zita, eres mágica y especial, recuerdo haberle dicho, mirándole a los ojos, cuando cierta tarde de otoño caía desangrándose bajo el tajo voraz de la noche; fue un encuentro oportuno, ya que después de conversar y beber varios tragos de fernet con coca cola, nos dimos unos besos antes de marcharnos del pub. Salimos a caminar... Caminabamos zigzagueando las calles, hablando de Miles Davis, Córtazar, Nureyev, De Chirico y Mariátegui, hablamos también de nosotros y de algunas cosas cotidianas. Tenía una mente vivaz, ágil, resuelta para relacionar ideas, y, su humor ácido fue lo que mas disfruté. La amé desde ese día. Zita, Zita... La amé por que tenía una fuerza interior que la volvía vigorosa, en contraste con la fragilidad de su contextura. A primera vista, no llamaba tanto la atención, a pesar de sus ojos encastrados como esmeraldas en su rostro y de sus labios que pendían como purpúreos lienzos de seda en su faz. Tuvo, y tendrá, cierto hechizo, y una apostura singular... “Después de conocerla nunca la olvidarás”, me dijo Renata, una amiga suya. ¡Y cuan cierto fue! No logré olvidarla, no podría... ¿Hace cuanto se marchó?…Pensé que los días, el áspero alcohol, los libros de mis anaqueles, los labios de otras mujeres, me ayudarían a aliviar el dolor que produjo su partida, esta dolencia intensísima que sin querer me legó, y unos vacíos imposibles de llenar... No la he olvidado, no... Ya no podremos deambular en las verdes campiñas de Huánuco del cual siempre hablábamos, ya no podremos caminar juntos sus callecitas angostas pobladas de tradición y melancolía que ella prometió conocer, ya no oficiaré de cicerone en las ruinas de Shillacoto, de Kotosh, de Garú, o en la casa de la Perricholi... Ya no será posible comer locro de gallina en alguna chingana o en un restaurante regional... Me hubiese gustado bailar con ella en la cofradía de Miguel Guerra, conocer a Virgilio López Calderón, beber “Shinguirito” o “Shacta Souer” en la compañía de Julio Falcón, Cinicio López, Andrés Cloud y Norberto Walt... Hay tantos sueños que quedaron truncos que, relegarla, olvidarla se hace imposible. “No la olvidarás”, me dijo Renata y –repito- cuan cierto fue, la llevaré conmigo aún cuando ya nadie en la tierra recuerde que existí alguna vez...
Rememoro el brillo en sus ojos cuando discutíamos sobre Kelsen, Freud y Foucault, era, era como si estuviese en un banquete; se relamía discretamente los labios, se desordenaba los rulos con el dedo índice, naturalmente, y como quien no quiere la cosa se dejaba llevar por los sabores y aromas de los "platos" servidos en mesa; era una gula bendita para ella hablar sobre ellos, de sus interpretaciones particulares, ah! era divina... Zita, aun te hablo como si estuvieses aquí, como si no hubiese ocurrido aquél accidente fatal… Zita, hay un verso de Pessoa que quiero asociarlo contigo, con tu partida: “Entre yo y la vida (Zita) hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, yo no la puedo tocar”.... Zita, me va ganando el desgano, y nada parece tener importancia sin ti, nada, nada Zita... A lo Pessoa, siento que “la vida es como si me golpeasen con ella”.

05 noviembre 2007

EL REGRESO DEL MUERTO VIVO; VIVISIMO…


Horacio Cánepa Torre, uno de los rostros más emblemáticos de la corrupción política regional de los años 90, acaba de reaparecer en una nota –parece un publirreportaje- del Diario Hoy. Célebre por haber participado en el fraude electoral conocido como “Huanucazo”, que tenía como fin abultar la votación preferencial que beneficiaba a otro corrupto e hijo’eputa llamado Víctor Joy Way, se dedica ahora a despotricar a nuestros congresistas inútiles y buenos para nada con la frescura y la conchudez de campeonato que siempre lo han caracterizado. ¿Con que autoridad moral, con qué ejemplo de integridad ética y con qué medida de honestidad intelectual juzga este maculadísimo corrupto y ejemplo de lo que no se debe hacer en la res pública?
Si bien es cierto que Cánepa fue absuelto por la Corte Suprema de Injusticia, en una resolución rubricada por entre otros, el juez montesinista Alejandro Rodriguez Medrano -más conocido como “el Chino”-, no quedó ni quedará exculpado de la condena social que se merece por entre otras cosas haber sido parte de uno de los gobiernos más nefastos y corruptos que tuvo la historia peruana. Ahora reaparece, como si nada, como queriendo lavar su imagen, como diciéndonos: muchachos, ya pasó, olvídenlo, el pueblo huanuqueño se caracteriza por no tener memoria, acéptenlo, ya pasó y quiero preparar terreno para volver a ser candidato, y congresista si uds. no se molestan…
Cabe recordar también que, antes de haber sido declarado “inocente” por uno de los Poderes obsecuentes y dependientes de Vladimiro Montesinos, Cánepa tuvo la audacia de fugar del Perú colgándose el rótulo de “refugiado político”; prefirió huir y ponerse a salvo hasta mientras sus amigotes en el país preparaban su retorno con una sentencia absolutoria y favorable…
“Huanuqueño descarado” si los hay, se sube al escenario de la vida pública sin mediar pedidos de disculpas a la sociedad huanuqueña en su conjunto, ni mucho menos realizar algún tipo de autocrítica a su gestión ni a su pasado político vergonzoso como apéndice en las filas de la cleptomafiocracia del fujimorato
¿será huanuqueño este sinvergüenza?... Horacio Cánepa nos hace un flaco favor cada vez que habla; sería preferible que otros políticos y no él, que la ciudadanía en general y no él, que el periodismo sin ataduras ni mordazas y no él, fiscalicen, despotriquen, critiquen, aplaudan, aprueben o censuren a nuestros representantes que poco hacen por la región. Eso sí, “trabajan” mucho para engordar sus bolsillos: provecho Beteta, provecho Cajahuanca, provechitos Huerta Díaz…
Creí que Cánepa bien muerto estaba, a nivel político, pero su caradurez e híper conchudez junto a su desmedido afán de querer vivir a costa del erario público, de las mamaderas del estado, hacen que resucite y regurgite en cuanto foro haya, sus palabras gastadas, poco creíbles y desfasadas de la realidad.

MI PAIS



Te quiero país, callado, ausente y desmemoriado bajo los andes, crispado panza arriba, envejecido y quejumbroso como un grito ahogado y sin lumbre. Te extraño, por razones inciertas, por mi niñez sumergida en tus alturas, por tus sueños raídos y lleno de vientos; te quiero, empapado de héroes, de huainos, de reinos y tristezas de tilingo azotando sus malicias. Y sin vueltas, y sin arrebatos, oigo tus voces entre rótulos de Vallejo, Garcilazo, Guamán Poma, Palma, Mariátegui, Nicomedes, Churata, Arguedas, Ribeyro, Vargas Llosa y en las bocas de tus cholos, taitas y abuelas, y en la de aquel congresista mulato, y de tus maestros mestizos, de tus curas criollos, de tus generales y almirantes palidecidos, y de tus presidentes (prescindentes), jefes, tinterillos y golpistas de todos los matices, y en la de tus mujeres cuyos rasgos y fulgores de luna anidan en tus ojos de carnaval y sincretismo insaciable, país. Te quiero, aun mutilada y pobre, aun mineral y hosca... Cuando tengo ganas, aun sin voz y sin aliento, digo: soy un hombre del Perú, arrojado a la pesadumbre y la queja, al descontento y la revuelta, a la mueca incomprensible que excede con creces mi vitalidad y parsimonia, al dolor que produce en mi los desmanes y las heridas lacerantes que te causaron país -¡tus propios hijos!-: Construyeron gobiernos corruptos, débiles y turbadores, monumentos de papel, esperpentos constitucionales, calles desahuciadas que cobijan pobres, muchedumbres de desterrados y desplazados, huérfanos, exilios por hambre, problemas de aprendizaje por desnutrición, hospitales sin gasa y dignidad... Pero te quiero País, aun así, con tus diferencias y taras sociales, con tus tics de cojudo racialismo, con tus esteras graves que cobijan paciencia y hondos gritos desnudos y tísicos, y aquel aprismo, acciopopulismo, socialismo, tu afroindoamérica, cóndores, pillcos, valses, imperios, colonia, tus autopsias, indigenismos, vanguardias, ríos, escuditos y banderas de tus departamentos, huacos, tungsteno, selva, cebiche, pachamanca, chirimoya, aguaje, montañas telúricas, papa, mentiras minerales, Picaflor de los Andes, Lucha Reyes, Pinglo, Chabuca, Daniel, Humareda, Chávez, y aquellas máscaras de silencio y oquedad... Te quiero país, aun de luto y amargado, te quiero y te quieren, Perú, patria aun sombra de Imperio, melancólica y pétrea. Te quiero país, y estas ahí, callado, con tus llagas que sangran... Te quiero, esperanzado, con ganas y sueños, te quiero, y un fuego, un río o un nuevo mañana saldrá de este sentir...

01 noviembre 2007

RECORDANDO A NINA



Cuando mi niñez se debatía entre el crepúsculo y la noche, a mediados de los años 80, conocí a Nina, en unos cursos de Verano de la Gran Unidad (Cuando me refiero a la Gran Unidad, es sabido, me refiero a la GUE Leoncio Prado)... Nina era una gracia dormida entre haikus y romanzas, una mujer cuyos brazos me trasladaban -como saetas imaginarias- hacia los vericuetos de unos paisajes y experiencias en los cuales las texturas y los colores tenían un fulgor y una cadencia particular. Era dos años mayor que yo, pero sus labios, sus mejillas encendidas y su mirada dulcificada, la convertían en una mujer sin edad, sin tiempo, como una Scatagh huanuqueña condenada perennemente a ser bella... Ella apareció esplendente cerca al verde pashpa del tercer patio de la GUE donde todos correteábamos jugando a la pega-pega, ensayando vuelos malditos de arquero estilo Mitiguel Sinti, imaginando safaris increíbles a la manera de Stewart Granger, escalando el Kero y el Aríbalo de concreto que ornaban con sus figuras sólidas el patiecito sepia aquél... Como una brisa fresca nos envolvió de pies a cabeza con sus ojos de bóveda, sus poemas de Michaux, Poe, Rilke y Baudelaire, y su dulcísima risa que corría a borbollones como un río inmemorial. Su talante de “principesa” combinado con una cristalina sencillez nos conquistó de inmediato, y andábamos embobados en torno a ella, como unos cometas alborotados girando alrededor de su calor... Los paréntesis de quince minutos que se nos daba entre curso y curso en aquellas mañanas de enero a marzo, fueron radicalmente diferentes desde entonces. Jamás olvidaré sus mohines, su andar pausado y agradable, su delicada cerviz rodeada por una sobria pañoleta, y el aroma a ficus y a flores frescas que despedía su cuerpo...

Recuerdo que ella, entre otras cosas, nos enseñó unas cuantas canciones: “Confesiones de Invierno”, “Plegaria para un niño dormido”, “La Balsa”, “Rasguña las piedras”, y de sus labios por vez primera oí nombrar a Charly García, “Los Gatos”, Luis Alberto Spinetta, Lito Nebbia, “Sui Generis”, “Seru Girán”, “Sumo”, “Vox Dei”, “Arco iris”, y León Gieco... Poseía una colección de discos de vinilo y una hilera inmensa de casetes novedosos de esos grupos y cantantes argentinos que su primo, estudiante de Medicina en la UBA, le regalaba cada vez que volvía de Buenos Aires. Motivados por la curiosidad y la novedad, nos juntábamos en la casa del “Pollo” Tuesta para escuchar embobados aquella interesante fusión de música, poesía y mucho ímpetu. Años más tarde, estas vertientes de rock rioplatense se establecerían como referencia de los para entonces adolescentes de mi generación; en esos tiempos escuchábamos con fervor a “Los abuelos de la nada”, “Virus”, “Rift”, Baglietto, a un tal Fito Páez, “Los Violadores”, “Soda Stereo”, “GIT”, Miguel Mateos y Zas, “Los fabulosos Cadillacs” “Los Redonditos de Ricota”, “Instrucción Cívica”, ”Suéter”, “Los enanitos verdes” y algunos otros nombres que no logró rememorar. Descubriríamos también a “Frágil”, “Río”, “Trama”, Dudó”, “Autocontrol”, Micky González, Gerardo Manuel, “Arena Hash”, “Los Prisioneros”, “El Tri”, y claro, los que éramos parte de la cofradía del rock en castellano y latinoamericano, no comulgábamos -por así apuntarlo- con el rock descafeinado elaborado por unos franchutes que se hacían llamar “Indochina” o con esos cojinovones españoles “Los Hombres G”, que nos parecían endebles y ñaños edulcorados, y nos daban arcadas de solo oír las letras poco trabajadas de sus canciones... (Ahora me causan risa esas posturas de adolescentes militantes y radicalizados, pero, quizá era nuestra forma de construir espacios y señales de pertenencia, o una forma de crear una comunidad de gustos y afinidades, no lo sé...).

Nina… Nina. Su recuerdo me resulta ahora grato y perdurable. Nina, fue una mujer estupenda que en la infancia me permitió soñar con ella, y asirla imaginariamente sin resquebrajar ese estado apacible de trance y algarabía. Nina. Nina. ¿Cómo no recordarla? Ella me dio el primer beso a media boca antes del fin de ese verano, un beso que me dejo maravillosamente atónito y a unos pasos de la felicidad total. Nina. Te quise como solo quieren los niños: con una entrega total e inmensurable. Nina, intuyo que sabías que lo “nuestro” sería solo remitirse a aquel instante del medio beso, colmado de magia y candor, y a nuestras caricias atiborradas de estupor e inocencia. Nina. Nina... La amé como quien ama una idea o un firmamento más vasto aun: una ideología, una ideología de la belleza y la pureza, una ideología de su imagen, que años más tarde me permitió “construir” una imagología de Grisel –otra mujer que me impactó- fusionado al de ella...

Cuando estoy en Huánuco, cada vez que paso caminando por algunos lugares que fueron parte de mi infancia y que ya no están, me detengo un instante, para rememorar las construcciones, fachadas y negocios que ya no existen… Son signos de la modernidad, me digo, ya que nadie podrá detener esas mutaciones, que no habrá vuelta atrás, que mi nostalgia se hará aun más grande por los barrios que han cambiado y por los paisajes de mi niñez irremediablemente perdidos… Los paisajes de mi niñez…Nina me reveló algunos lugares que no olvido: sobre el Jirón Huallayco, un almacén, “El Barco” -para comprar dulces, figuritas y álbumes-; en la Plazoleta Santo Domingo, “El árbol del Amor” –“que bonito, ¿no? Tienen raíces distintas y sin embargo...”-; frente al frontis de la Gran Unidad, “un lugar alucinante Rick”, “Billie Joel” -para adquirir casetes a muy buenos precios-; cerca al Cementerio General, el “puente rarísimo de Tingo Chico, vaya uno a saber porque lo construyeron así...”. Y reía, y me jaloneaba las mangas de la camisa tan dulcemente... No la volví a ver después de aquel curso. La perdí de vista durante un largo tiempo. A veces la buscaba en los lugares habituales donde solía ir, pero quiso tal vez guarecerse en alguna otra ciudad o en un poema de Girri, esfumándose para siempre de mi vida de niño...
Hace unos años atrás, en uno de mis espaciados regresos a Huánuco, la vi, o creí verla, cerca del denominado “Árbol del Amor”, en la plazoleta Santo Domingo, paseando con un bebé en brazos, acariciándolo con una ternura inagotable… La miré bajo el retozo de sombras que proyectaba dicho árbol, iluminada por las luces de unos faroles formidables, la observé de soslayo, discretamente, y algo dentro de mí me dijo que era ella... No me reconoció o fingió no reconocerme, pero estaba igual de hermosa, impoluta y deslumbrante. Estaba igual, como una esfinge o como un símbolo que no conocerá la vejez. Quise susurrar, balbucear algo, pero enmudecí. Quise acercarme a ella, saludarla, abrazarla, decirle tantas cosas, pero algo me detuvo, algo que no sé determinar o definir ahora. Pasé de largo y en silencio, tímidamente, caminé unos pasos, y otros y otros, me arrepentí, frené, y cuando me di vuelta, ya no estaba, ya no…
Adiós Nina, bajo el cielo triste y mustio de esta tarde, algunos recuerdos gratos de la infancia vinieron a poblar los desiertos patios de mi soledad; te evoqué y fuiste un bálsamo dulce Nina; serás mientras viva, el agradable recuerdo de mi primer beso. Adios, y gracias por volver como añoranza, para acompañarme en este ocaso frio y gris.