14 junio 2006







Qhapaq Ñan: las rutas del gran imperio




El camino de la sierra es cosa de ver, porque en verdad, en tierra tan fragosa, en la cristiandad no se han visto tan hermosos caminos, toda la mayor parte de la calzada. Todos los arroyos tienen puentes de piedra o de madera. En un río grande, que era muy caudaloso y muy grande, que pasamos dos veces, hallamos puentes de red, que es cosa maravillosa de ver. Pasamos por ellas los caballos…. En todos estos pueblos nos hicieron muy grandes fiestas e bailes”. -Párrafo extraído de una carta de Hernando Pizarro. –




En “Vistas de la Naturaleza”, una de las obras referenciales del naturalista Alexander Von Humboldt, el autor expresa su pasmo por la imponente red vial que nuestros antepasados construyeron durante cientos de años y que fuera durante el Imperio de los Incas un complejo sistema administrativo, de transportes y comunicaciones, así como un medio para delimitar las cuatro divisiones básicas del Tahuantinsuyo; “Ninguno de los caminos romanos que yo he visto en Italia, en Francia, ni en España, me parecieron mas impresionantes que esta obra de los peruanos antiguos; y el Camino Inca es aún mas extraordinario, porque, según mis cálculos barométricos, esta situado a una altitud de 4040 metros sobre el nivel del mar”, escribe.


Pedro de Cieza de León, el joven soldado-cronista que hacia el año 1550 con sus compañeros de armas transitara las rutas del vasto señorío que sus predecesores acababan de conquistar, extasiado, plasma en una de sus crónicas lo siguiente: “Una de las cosas de que yo mas me admiré contemplando y notando las cosas de este reino, fue pensar cómo y de qué manera se pudieron hacer caminos tan grandes y soberbios como por él vemos, y qué fuerzas de hombres bastaron a lo poder hacer, y con que herramientas e instrumentos pudieron allanar los montes y quebrantar las peñas, para hacerlos tan anchos y buenos, como están”… Y eso que el “príncipe de los cronistas” no lo vio todo ni en su mayor esplendor, porque para cuando el recorre esas magnificas vías, se encontraban postergadas y en franco deterioro, a raíz de la falta de mantenimiento y la desidia por parte de los conquistadores.


Se estima que en el tiempo de los Incas existía una vasta red caminera que se extendía a lo largo de 40.000 Km. de los cuales 23.000 Km. han sido ya registrados por sensatas indagaciones y exploraciones de arqueólogos e historiadores. Desde el Huacaypata -la Plaza Central del Q’osqo- salían cuatro caminos principales hacia los cuatro suyos del reino: Chinchaysuyo (Norte), Collasuyo (Sur), Antisuyo (Oeste), y se desplegaba a lo largo del Contisuyo enlazándose con los extensísimos caminos de la Costa y de la Sierra, las arterias cardinales del tejido caminero incásico. Huelga decir que el Qhapaq Ñan a manera de dos columnas vertebrales se extendía a lo largo del imperio articulándose con otros trayectos que a manera de vértebras lo cortaban en un sinnúmero de lugares: el Qhapaq Ñan andino unía Mendoza (Argentina) con Pasto (Colombia) en un trayecto de más 6.000 km.; mientras que la senda del Qhapaq Ñan costeño unía Tumbes con Concepción -el centro del actual Chile-. Esta monumental obra de ingeniería admirada por los españoles fue cimentada en su mayor parte durante el siglo XV, valiéndose de las redes construidas por culturas anteriores o paralelas, cuando el Tahuantinsuyo estuvo administrado por líderes que expandieron el territorio de manera vertiginosa. El iniciador de la tarea fue uno de los máximos precursores de la cultura andino peruana, el gigantesco Pachacutec (1400-1448). La continúo su hijo, el guerrero sagaz, gran navegante y descubridor de Oceanía, Tupac Inca Yupanqui (1448-1482) y, claro, no podría estar ajeno a este convite su nieto, el consolidador del Imperio, Huayna Cápac (1482-1529).


Los incas construyeron el Qhapaq Ñan o Inca ñan (Gran Camino o Camino Inca) para, a falta de animales de tiro y de carruajes, facilitar las complicaciones del viajante de a pie. Además, proporcionaba también a sus gobernantes un rápido flujo de información a través de sus chasquis –eficientes funcionarios del Sapa Inca, que eran portadores de quipus, de informes orales, de objetos de distinta índole, y encomiendas. En sus “Comentarios Reales”, Garcilaso Inca de la Vega cuenta que al Emperador Inca, establecido en el Q’osqo, le llegaba pescado fresco desde la costa, después de que los Chasquis cubrieran una distancia aproximada de 600 km. en condiciones adversas tales como la altura para trasponer la Cordillera de los Andes. En la costa sur del Perú, en la Quebrada de la Huaca aun se puede observar la ruta por el cual los chasquis transportaban pescado fresco desde el mar hasta la capital del Imperio.- En épocas de litigio con otros reinos, el Qhapaq Ñan servia como una espaciosa arteria para movilizar rápidamente grandes contingentes de tropas, vituallas y pertrechos de guerra desde distintos puntos del imperio establecidos en un sinnúmero de guarniciones.


Refieren las crónicas que los ingenieros y sabios imperiales, de acuerdo con la topografía y la importancia política o religiosa de los lugares por los cuales franqueaba el camino, tendían a cimentar las vías con técnicas adecuadas al medio geográfico y a las exigencias sociales, el Sapa Inca ordenaba y planificaba las diligencias necesarias para tal efecto, y sus miles de hombres trabajaban con la intención de que el camino perdurase. En los desiertos de la costa por ejemplo, las sendas estaban marcadas con hileras de piedras apostadas a corta distancia o por un cúmulo de guijarros y lascas de rocas a lo largo del itinerario con la finalidad de señalar la ruta. En los valles se construían luengos muros de tapial flanqueando la vía, con el propósito de proteger las chacras de las inmediaciones del camino.


Las rutas andinas demandaron en cambio una ingeniosa técnica constructiva para vencer las anfractuosidades geodésicas de la cordillera. Generalmente las rutas eran empedradas con canto rodado y tenían conductos en los flancos para escurrir el agua de la lluvia; se los adoquinaba con piedras para en cierta forma evitar que los aguaceros o la nieve los deteriorase, específicamente en los sectores altos del territorio (hay tramos que bordean los 5.000 m de altura). Cuando el camino era muy empinado se construían escalones zigzagueantes para vencer la pendiente; cuando había que vencer trechos de áreas anegadizas erigían caminos elevados, a uno o dos metros de la superficie. Cuando había que imponerse sobre tortuosas quebradas o los cruces de los ríos, los ejecutores salvaban estas eventualidades mediante la construcción de puentes colgantes - hechos con gruesos cabos de ichu (paja brava) o fibra de cabuya (agave americano)- o con troncos apoyados en rocas naturales o en sillares de albañilería, con tarabitas, o con la construcción de puentes de piedra. A lo largo del camino edificaban los denominados Tambos Reales, una suerte de alcázares con depósitos para alimentos llamados colcas, que además contaban con espacios de reunión y habitaciones para el personal permanente de servicio. A la par existían los chasqui-wasis, puntos de paso tipo postas, que eran usados por los caminantes y los chasquis, y una suerte de sitio de abastecimiento y descanso para los viajeros.


El Qhapac Ñan fue una especie de red que envolvía a todo el Imperio y sin dudarlo un símbolo del poder omnipresente del Estado. Era una enorme red troncal de vital importancia que los incas lograron convertir en un singular aparato estatal de comunicación, que además era construido y mantenido con el aporte local ordenado por los gobernados o el cacique. Tales caminos, dotados de drenajes, puentes, paredones de contención y defensa, terraplenes y escalones, llegaban a tener, en ciertos lugares del Qhapaq Ñan de la sierra, hasta 16 m de ancho. En lo atinente a la anchura de las vías este no era uniforme sino mas bien variable: en la Costa, usualmente de 3 a 4 m, y en la Sierra, generalmente de de 4 a 6 m. Cabe señalar que el empedrado de la vía serrana en los sectores occidentales de los Andes no es continuo, por no ser necesario, algo que en cambio sí ocurría en sus laderas orientales, cuya alta pluviosidad destruía fácilmente un camino no empedrado. Algunos pasos tenían doble calzada: una adobada y ancha, y otra afirmada y angosta; por una pasaba el Inca y su corte, y por la otra las provisiones y los ayudantes.


En consecuencia el sistema vial conocido como Qhapaq Ñan es tal vez la evidencia física más tangible de la consistencia y magnitud del Imperio Incaico y sin duda uno de los extraordinarios logros de la América precolombina; una red de caminos que se materializó sobre uno de los terrenos mas abruptos, difíciles e insólitos del mundo, lo que significo aguzar el ingenio, la destreza y la voluntad de sus constructores, permitiendo la integración de pueblos tan heterogéneos y de distintos estadios socio-culturales como lo fueron los yungas, huancas, chancas, yarowilcas, cuismancos, ishmas, chachapoyas, moches, aymaras, qollas, lupacas, collaguas, pukinas, tumpis, cayambes, chinchas, chiriguanas (guaraníes), chiribayas, cañaris, churajones y antis, -por solo citar algunos- a través del intercambio de diversos productos, la transmisión de nuevos valores culturales, el acceso a los diferentes santuarios incaicos y el desarrollo de prácticas comunes.


En su apogeo, el Imperio de los Hijos del Sol se extendía desde el nudo de Pasto hasta el sur de Talca; abarcaba pues, lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Argentina y mas de la mitad de Chile. Fue a todas luces el mayor de los imperios que los españoles hallaron en América y en el cual vivían, de manera orgánica bajo la dirección de los cusqueños y su runa simi, mas de 15 millones de personas. Sus monumentales caminos llegaron a cubrir cinco de los más de siete mil kilómetros de largo que tiene la Cordillera de los Andes, uniendo su Señorío con una vasta red de caminos más extensa que la que tuvo el Imperio Romano.


En esta región de lo que fuera el Collasuyo podemos hallar restos mas o menos conservados de sus caminos en Salta, Jujuy, La Rioja, Tucumán, el norte de Córdoba (en la época del virreinato español se lo conoció como Camino Real) y en buena parte de los territorios montañosos de Mendoza. En el Perú, segmentos muy bien conservados de esos caminos se pueden apreciar aún en diversos sitios del territorio peruano; uno de ellos lo podemos encontrar a la altura del km. 88 de la vía férrea Cusco-Quillabamba, en donde se ubica el Qorihuairachina, el punto de inicio de uno de los recorridos de “trekking” más conocidos e imponentes del mundo.

16 mayo 2006





LOS NEGRITOS DE HUANUCO

Nadie concibe a Huánuco sin la danza de los negritos, un baile que por el transcurso y sostén de los años adquirió la cualidad de símbolo de la identidad huanuqueña. Si bien es cierto que esta estampa folklórica es fruto del coloniaje, resulta difícil precisar cronológicamente la fecha exacta de su origen ya que no hay una posición unitaria al respecto; lo que reseñaré –para evitar todo ese fárrago de información poco consensuada- es que este baile se institucionaliza –según la creencia vernacular- tiempo después de conocido el Decreto promulgado en diciembre de 1854 por Don Ramón Castilla y Marquesado que otorgó la libertad a los negros esclavos traídos al Perú desde Cafre y otros pueblos del África para trabajar en las haciendas de la costa y de las yungas peruanas, las minas de Cerro de Pasco, Lampa y Huancavelica –entre otros- y en los conventos religiosos diseminados a lo largo del Virreinato . A partir de esa fecha, fusionada por su cercanía con los fastos de la navidad, las cofradías de negritos –que hasta entonces solo danzaban en los galpones y en los patios de las casonas de los hacendados- hicieron su aparición en las calles de la ciudad al son del bombo, bailando y bebiendo shacta o shinguirito –aguardiente de Vichaycoto y Quicacán- y visitando los nacimientos, iglesias, capillas y residencias de los referentes de la localidad. Esta variante regional vinculada a la historia y los personajes locales de Huánuco, está íntimamente ligada a otras danzas practicadas en el país como las de los Negritos de Viso en Cerro de Pasco, los Negritos de Huarochirí en Lima, los Qapaq Negro de Paucartambo-Cusco, o la Morenada en el Altiplano peruano, por solo citar unas cuantas. Todas germinaron en la época colonial bajo la hegemonía de la cultura occidental y cristiana y fueron desplegadas de manera efectiva a través de la Iglesia Católica, ya que entre otras acciones, en la Navidad y la Bajada de Reyes se festejaba en sus predios -con danzas y música-, la incorporación de nuevos cristianos. Las máscaras de color negro, los pasos pausados, las largas cadenas, campanillas, cascabeles y matracas son algunos de los rasgos comunes de las danzas citadas anteriormente. Sus peculiaridades o la singularidad de estas manifestaciones artísticas radica en el hecho de que tanto las poblaciones de procedencia africana como las nativas las gestaron al margen de la preponderancia política española, dotándolas de una personalidad cultural nueva, transformando las danzas y la música hispanas en algo cuyo carácter e identidad es a la fecha, resumen de la presencia conflictiva y aporte del acervo musical-costumbrista de tres culturas: la española, la africana y la indígena.
Volviendo al tema que nos atañe, la “Danza De Los Negritos”, es tal vez el más vistoso ballet del folklore peruano, uno de los más populares y característicos bailes de la región central del país. Sus treinta y seis integrantes que, muñidos de coloridos y lujosos atuendos, bailan al compás del bombo, tarolas y una banda de metales, prodigan con su coreografía y anclaje en la tradición, una de las viñetas culturales más significativas que tiene el departamento de Huánuco. Dando dos pasos adelante y una atrás, los danzarines recorren la ciudad, del 25 de diciembre al 18 de enero, en un itinerario signado por el ambiente navideño del momento. Dos caporales o jefes mayores, con cotones bordados con hilos de oro y plata, cuentas de cristal, campanillas y lentejuelas, señalan al resto de la cuadrilla las mudanzas, los pasos, firuletes, quiebres o coreografías a seguir por los veinticuatro negritos pampa entre los cuales se cuentan a sus cuatro guiadores. “El Tirabuzón”, “El Saludo”, “El Perdón”, “La Cruz” son los nombres de las principales mudanzas que los caporales ejecutan, rememorando de este manera, los modos de ser y actuar que tenían los esclavos en tiempos de la colonia. Estas mudanzas no solo contemplan alegrías y congojas, sino también los sueños y ansias de libertad, desvirtuados, indudablemente, por los dictados y pretensiones de los castellanos, en las duras jornadas agrícolas de antaño.
Otros personajes que se suman mucho después a la estampa, son los Corrochanos, representación jovial e irónica, institucionalizada como una suerte de mofa a don Fermín García Gorrochano, barbero, descendiente de hidalgos españoles; un cascarrabias a ultranza y hombre de pocas pulgas si de chiquillos se trataba. Cuando un chiuche berreaba o jugueteaba cerca de la barbería –cuentan los viejos-, el susodicho señor salía, látigo en mano, a enseñar respeto, compostura y buenos modales a los mocosos. Cuando éstos se hicieron jóvenes, al aparecer los danzantes en navidad, no tuvieron mejor idea que disfrazarse de Gorrochano y asustar a los niños a medida que los danzantes avanzaban a paso templado por las calles. Más allá del dato anecdótico, en la actualidad, los Corrochanos son personajes que representan, según la enriquecida usanza, a los caballeros españoles, pero, con un aire bufonesco.
Danzando al ritmo de las seis o siete variantes musicales propias del baile, y que la orquesta ejecuta con profusas ganas y tesón, los negritos, como una forma de materializar los antiguos sueños de libertad, pasan por las arterias principales de Huánuco, compartiendo su algarabía con el público presente, adorando al niño Jesús, brindando con shinguirito, degustando ese plato humilde pero pantagruélico (y exquisitísimo) llamado Locro de Gallina, cuyo efecto no sería el mismo, si no es debidamente preludiado con un platazo de Picante de Queso y acompañado luego, como para endulzar el paladar, con una generosa ración de picarones o unos bocados de prestiños.
El turco y la dama son otros dos protagonistas dignos de tenerse en cuenta. El rol de los mismos sería el de filibusteros, es decir de aquéllos mercaderes sin escrúpulos que, exentos de toda culpa y vergüenza, tras subastar a los negros en los galpones de las haciendas, se solazaban, cínicamente, en un festejo que, en realidad, poco les importaba. Ellos, mientras danza la cuadrilla, presuntuosos, socarrones y doblemente ufanos, como si fuesen en realidad los benefactores de la fiesta, se pasean de un extremo a otro, tomándose de los brazos.
Finalmente, los abanderados, son los encargados de llevar en alto las banderas peruana y argentina, incorporándoselos a la danza, con el objeto de perennizar los valores de la independencia peruana y como un homenaje al esfuerzo decidido de los hijos de ambas naciones.
Los Negritos de Huánuco, es, sin temor a dudas, la danza de mayor calidad artística con la cual desde niños nos regocijamos los nacidos en estos parajes. ¿Quién no tarareó alguna vez de pequeño el chin-cata chin-cata chin-chin chin-cata… y remedó los pasos de algún caporal o negrito al son de estos compases?¿Quien no los siguió cuadras y cuadras para verlos danzar en cada parada y escuchar el ruido de los fuegos artificiales, el sonido agreste de las matracas y el restañar de los chicotes enlazados a las voces roncas e impostadas de los Corrochanos, o para ver la luz del sol reflejado en los diminutos abalorios de cristal adosados a sus atuendos o los penachos rojos de los caporales o las cadenas rotas con campanillas que los negros pampas usan para realzar sus movimientos?... Es una danza evocativa y ligada a sentimientos y tradiciones, pero, también, un acontecimiento en virtud del cual se despliega un gran movimiento económico y un desplazamiento social importante, ya que su permanencia y vigencia en la actualidad se han evidentemente robustecidos, pues cuenta en la ciudad con más de sesenta cuadrillas o cofradías, sin contar las existentes en los poblados de los alrededores. Es una danza magnífica. Aun recuerdo el esplendor y el suntuosísimo colorido de los ropajes de la Cuadrilla de Negritos de Chacón, fundada por don Fernando Fernández Flores allá en 1919, pero también recuerdo a la Cuadrilla de San Pedro del viejo folklorista Don Miguel Guerra Garay, uno de los personajes más entrañables y campechanos que poblara Huánuco (la misma loa se merece el pintoresco Digno Fernández). Las Cuadrillas de Chacón y de Miguel Guerra competían siempre para quedarse con el afecto de la gente. Aún hoy existe una cordial rivalidad entre ambas Cofradías. También recuerdo con gran nitidez a las Cuadrillas de Niño Justo Juez, del Señor de Puelles, del Patrocinio y otras que no nombro, no por impenitente o poco memorioso, sino por razones de tiempo y economía de espacio… Los Negritos de Huanuco –pausa, absorbo una bocanada de aire entes de concluir- es una entidad que representa –como una insignia, un pabellón, una bandera, un estandarte, un recuerdo sumamente grato, o una ciclópea esponja-símbolo que absorbe todo el agua que se vierte en su derrotero- a nuestra ciudad, y está vinculada con vigor y abrumadora ternura a los años de mi infancia y transgresora mocedad; y sé que es (y será por siempre) una de las tantas razones por las cuales, agónico o sin aliento, tiendo a volver al lugar donde nací.

10 marzo 2006



NOSTALGIA II

Cuando después de atragantarme con Beethoven, Mozart, Bhrams, Berlioz, Stravinsky, Charlie Parker, Miles Davis, Coltrane, Bebo y Chucho Valdés, Astor Piazzola, B.B. King, Sui Generis, Charly García, Spinetta, Serrat, Chico Buarque, Djavan, Chabuca Granda, Ella Fitzgerald, Era, Vangelis, todo el repertorio del rock sinfónico, The Beatles, AC-DC, Rolling Stones, Nirvana; Pearl Jam, Río, Frágil, Hendrix, Edith Piaf, Héctor Lavoe, Tito Puente, Oscar de León, Mercedes Sosa, Zitarrosa, Atahualpa Yupanqui, Los Kjarkas, Savia Andina, Inti Illimani, Wayanay, Yawar, y una larga fila meritoria de artistas de distintas latitudes, cuyos trabajos me gustan, busco como poseído entre los “CiDís” y casetes sembrados en mi habitación una cura para mis nostalgias, para tanta orfandad junta… es entonces cuando fascinado escucho la voz chillona y desgarbada de “Shagapita” Huayta disparado por los altoparlantes del mini-componente que reina en mi habitación junto con una imagen ampliada de la fotografía icono de César Vallejo, o las arremetidas marciales pero sugestivas de “Los Hermanos Rivera” ejecutando los huainos “Cuando salí de mi tierra de nadie me despedí...” o “Huanuqueñita pretenciosa...”; o la voz quebrada de “Mito”, cantante de “Tarppun”, ensayando un añejo romance que habla de Huánuco; o cuando escucho a Richard Vilca Ferrer el líder de “Amauta” (Un grupo hoy extinto) engarruñándose a la guitarra como un hijo a su madre… O cuando me sumerjo al “Cóndor Pasa” el fox incaico, y las cashuas del venerable Daniel Alomía Robles; o cuando me dejo transportar a los paisajes mágicos esbozados por Francisco Pulgar Vidal, o cuando escucho unos no muy buenos pero entrañables “demos” de la “Orquesta Real”, de “Corto Circuito” o de “Los Quispe”-estrellas rutilantes del rock del interior- que mi hermano menor me enviase, inevitablemente, me dejo atrapar, asir, coger, agarrar, envolver, acariciar, invadir, por los aires y fragancias de una ciudad imaginaria, de un Huánuco envuelto en una bruma añosa que he conservado en mi memoria... respiro Huánuco, bebo, escancio, me embriago con una pizca de Huánuco, y con toda mi humanidad a cuestas, me contengo para no quebrarme, para, perdónenme la flaqueza, para no llorar a moco tendido, por los lugares, personas, situaciones, experiencias, pasiones y vicisitudes que viví cuando la habite... la extraño, y necesito beber Huánuco y más Huánuco inagotable, Huanuco y más Huanuco inacabable... extraño mi ciudad. A veces, a veces me sumo en una profunda tristeza, y es que –como lo escribiera un aeda- pertenezco a una raza sentimental que... y escucho también a “Los Walker´s” un grupo tropical de los 80, pero también a varios músicos que se mantienen en el anonimato, que tocan con vivacidad temas que escuché frecuentemente en la época de los carnavales huanuqueños, escucho los huainitos alegres que dejan entrever letras coloridas y zumbonas, letras que lastimosamente recuerdo de manera parcial, pero, por suerte, son bálsamos lo suficientemente fuertes para alimentar mi espíritu. También escucho temas de “Lauricocha”, apenas 3 de las 8 o 9 variantes de la danza “Los negritos de Huanuco”, y temas que a esta altura no sé a quien pertenecen, pero que hacen una remembranza a la carretera que hay entre Huanuco y Margos, o a “El Romancero”, un coche mixto de transporte que une o unía el interior de Dos de Mayo con Huánuco. Me encantaría escuchar a nuevos cultores de música Huanuqueña o al menos, ejecutadas e interpretadas por huanuqueños. El atavismo, las maneras de aproximarse a los instrumentos, las particularidades de cada intérprete y/o compositor están ligadas o enraizadas de manera invisible a los lugares que habitaron, que fueron parte de sus circunstancias, moldeando sus gustos y personalidades. La música, como las ideas, costumbres, comidas, bebidas, los modos de vestir o hablar, construyen y sostienen un imaginario social, una identidad, una pertenencia del yo-nosotros y del otro a un espacio vital, a un lugar... Huánuco, confieso, es la ciudad que amo y odio profundamente; es un sentimiento inextricable que permanece en mí, de manera fuerte e invariable, inalterable a pesar de la distancia, pero, a medida que pasan los años se torna mas y más intensa, mas y más sólida y vívida. Alguien se podría preguntar, ¿Cómo es posible que alguien ame y odie un mismo “objeto-lugar” de manera simultanea, si no es un sin sentido unir conceptos antagónicos, que se anulan...? ... Pero creo, sostengo que, así como acepto las taras y aciertos de la ciudad, (concibo a la ciudad como un ser social, como la extensión de nuestras individualidades) no la puedo asir solo en bloques o compartimientos estancos. La acepto íntegra, la amo y la odio con la misma intensidad, por que sé que es esa la única forma viable de abarcarla, de poseerla por completo. O quizá, como lo escribiera un respetable vate con relación a su ciudad, no sea el amor lo que me ate a Huánuco, sino el espanto –pero por eso mismo, remataba el poeta- será por eso que la quiero tanto.


NOSTALGIA I

Desde un tiempo a esta parte, la nostalgia me impide reposar en la leve y neutra complacencia que cargo como karma y maldición desde hace no sé cuanto... me obliga a flotar en lo indistinto, a perder ciertas referencias, a vivir a la intemperie atado a los jirones ásperos del tiempo... Nostalgia... Nostalgia... Hay días cuando las "saudades" me arrinconan contra las fauces del dolor, del dolor de no disfrutar los paisajes, los lugares, las costumbres, las comidas y bebidas de mi ciudad... Hay días cuando recuerdo aromas en las cuales me deleité cuando niño, olores de tierra mojada, de ríos crecidos, de eucaliptos y ficus que aún pueblan la ciudad, exhalaciones del te de las cinco de la tarde, de emolientes y mejunjes en sus plazas, de humitas y pachamancas en sus festividades... Recuerdo a Huánuco envuelto en un suave paño de polvo a la media tarde de un día cualquiera, pero también sus calles tranquilas y soñolientas de las once de la noche, el brillo desmesurado del día instalado como fervor en sus media mañanas, los gritos-susurros-hablas-giros de pañacas-comadres- paisanos-citadinos que se entremezclan como rumor o voz de la urbe en sus calles: es una ciudad que sonríe, que cobra vida, que corre, que rumorea, que extraño...Tengo un dolor, y sé que es nostalgia, ese sentirse perpetuamente lejos de casa; ... esta nostalgia es si se quiere una teología sentimental, pero también una almohada para mis fatigas... "Recordar es una forma de encontrarse", escribió Norberto Wallt -un joven poeta y pintor huanuqueño-, y creo, creo que encontré al niño y adolescente que fui cuando poblé Huánuco, la ciudad que nunca podré arrancar, expulsar, olvidar o exiliar de mi aun joven, tormentosa y lúcida memoria... En mi, Huánuco es un pedazo de carne que algunos osan llamar corazón (excúsenme si la frase les parece almibarada), es también un breviario -una fuente inagotable- donde se solazan para darse un baño reparador, las tormentas de mi soledad...