19 octubre 2007


TÚPAC YUPANQUI: DESCUBRIDOR DE OCEANÍA

José Antonio del Busto, profesor de una trayectoria genial y uno de nuestros más importantes y lúcidos historiadores, publico en el año 2006, meses antes de fallecer, “Túpac Yupanqui: Descubridor de Oceanía”, texto donde plasmó su teoría acerca de la expedición realizada por el inca a la Polinesia.
El punto de partida de los trabajos de este investigador es La historia sobre los incas escrita por el cronista Pedro Sarmiento de Gamboa. También los manuscritos de Miguel Cabello de Balboa y fray Martín de Murúa. De éstas, la crónica del primero aparece como un testimonio de vital importancia pues logra recorrer en numerosas ocasiones -como súbdito de la Corona Española- el Mar del Sur u océano Pacífico.
Según estos cronistas, el príncipe imperial Túpac Yupanqui zarpó de la costa ecuatorial, (posiblemente de Manta) entonces gran centro comercial y marítimo, motivado acaso por el arribo a sus territorios de nativos procedentes de las islas de Auchumbi y Ninachumbi. Dispuesto a sobrellevar nuevas experiencias, se hizo a la mar con una flota de embarcaciones a vela (alrededor de 120) y algo más de 2000 guerreros. En estas condiciones cruzó el Pacífico en unos 90 días, tras vencer 4000 millas marinas.
La flota siguió un derrotero que supo aprovechar vientos y corrientes (verificables actualmente en los modernos pilot charts). Las balsas eran seguras, únicas e involcables. Tampoco debió haber problema con los alimentos pues seguramente embarcaron grandes cantidades de carne seca y por abundar los recursos ictiológicos a lo largo del trayecto. Con la bebida pasaría otro tanto. El agua iba en calabazas y cañas huecas, las cuales volvían a llenarse con las lluvias de alta mar.
A su debido tiempo la expedición dio con Auchumbi (la Isla de Afuera), hoy Mangareva, en el grupo de las Gambier y, posteriormente con la volcánica Ninachumbi (la Isla de Fuego), hoy Isla de Pascua o Rapa Nui. También llegaría a Nuku Hiva, en el archipiélago de Las Marquesas, donde se conservan quipus y que en la actualidad se llaman quipona. Con esto se demuestra que el joven inca, cumpliendo un periplo famoso a través del océano Pacífico, se le adelantó 55 años a Hernando de Magallanes.
Vayamos ahora a las evidencias que dan sustento a esta teoría para nada “tomada de los pelos”.
En primer lugar existe en Mangareva el estrecho de Tupa, también se conserva la leyenda de Tupa y se baila la danza del Rey Tupa. El estrecho se nombra así porque allí hizo su arribo el misterioso personaje y su espectacular comitiva. La leyenda habla de un monarca “colorado” que llegó con una flota de enormes balsas a vela procedente de un país lejano, situado al oriente. En consecuencia, la danza conmemora el feliz desembarco. Por último, Mangareva hoy en día es la única ínsula oceaniana con balsas de velas que recuerdan a sus similares ecuatoriales americanas.
Como se ve, las coincidencias son muchas, empezando por el nombre del rey Tupa o Túpac, personaje de andina pigmentación cobriza (colorada) desconocida por los isleños. El monarca llegó, deslumbró y se fue, volviendo a su levantino reino tras llevar la edad de los metales a un pueblo inmerso, hasta ese momento, en la edad de piedra.
En segundo lugar relevaremos las evidencias existentes en Pascua o Rapa Nui, la “Isla de los veinte volcanes”. Allí, casi oculto, existe el templo de Vinapú; construcción de innegable arquitectura cusqueña, levantada de acuerdo a los patrones imperantes en la época de Túpac Inca. Ésta es sin duda la prueba más fiel de la presencia incaica en la isla. Pero no es lo único. También está la evidencia de un filón de raza andina entre la población nativa de la ínsula que, si atendemos escritos posteriores (crónicas), hablaba quechua o runa simi. En Pascua, existen palabras quechuas. Lo que tienen en la cabeza esos monolitos llamados moais, es una corona de piedra roja, y el tocado se llama puka. Y puka en quechua es rojo. Finalmente como nota romántica y nostálgica, se recuerda la leyenda de la dulce Uho, doncella raptada por una mancha de quelonios marinos que la llevaría, navegando, al país donde nace el astro rey. El país, caso notable, estaba envuelto por un denso banco de neblina. Esta situación alarma a Uho quien teme adentrarse en una creciente oscuridad. Entonces, busca refugio en su captor, un príncipe amo de la tortuga mayor o balsa real (con caseta adosada) pues como las balsas, las tortugas viajan con su casa a cuestas. En la leyenda, el príncipe quien está llamado a ser monarca en su país, no se llama Tupa o Túpac pero es nombrado como Nahuna-te-Ra’a, nombre exótico que para sorpresa nuestra se traduce “Hijo del Sol”… Hoy en la isla de Pascua, acaso desde entonces, se denomina “tupa” a las torrecillas de piedra desde las cuales se espera y avista la llegada anual de las tortugas.
El príncipe regresó a su país con los vientos sures, en otras palabras siguiendo la corriente peruana o de Humboldt –verdadero río antártico que produce, por evaporación, la “camanchaca” o gran neblina temida por la bella Uho- y siguió por una costa orillada de pinnípedos hasta el reino del Gran Chimú. Allí, recogió mucho oro y, dejándose llevar por los vientos y las corrientes, arribó a su punto de partida en Manta. El gran periplo, el mayor y más importante viaje marítimo de la antigüedad peruana, había terminado. Lo último fue el desfile de la victoria, el ingreso triunfal de los expedicionarios al Q’osqo.
En cuanto al resto, la crónica es parca. Esta nos habla de fiestas y que el príncipe entregó a su anciano padre, entre otros trofeos, hombres negros (melanesios) y huesos y pellejos de unos animales semejantes a caballos (los pinnípedos o lobos marinos del litoral). Pero, más allá de la gloria y el jubileo, Túpac Yupanqui (como Colón respecto a América) nunca se supo descubridor de Oceanía.
Por la importancia de sus logros, Túpac Yupanqui es el gran hacedor de la antigüedad peruana. Décimo rey inca, segundo emperador del Tawantinsuyo, quinto señor de la dinastía Hanan Q’osqo. Casi todo el territorio que hoy es nuestro (como así el de Ecuador y el de Bolivia) fue forjado por él y sus ejércitos. Por tanto, es el mayor conquistador dado al mundo por la raza cobriza de América. Algunos, tratando de enaltecerlo, lo han llamado el Alejandro del Nuevo Mundo pero, a decir verdad, el cusqueño se expandió más que el macedonio.
Túpac Yupanqui fue un estratega excepcional y un estadista relevante. Quechuizó naciones, civilizó la cordillera y pretendió culturizar su mundo conocido. Los actuales límites del Perú se los debemos a él que los conquistó y a Francisco Pizarro que los resguardó. "Él hizo ocho campañas militares que son notables. Dos al Chinchaysuyo, dos al Contisuyo, dos al Collasuyo, dos al Antisuyo, terminó barriendo todo el territorio actual del Perú. Por el oriente navegó en las balsas ecuatorianas, las reprodujo en el río Amarumayo, que es el Madre de Dios y se fue hasta Bolivia y llegó hasta el Brasil. Y todavía mandó gente por tierra para que fuera más a dentro, donde estaba el río que todavía tiene el nombre de Paititi. Era un gigante en materia de conquistar. En sus tiempos partieron expediciones que llegaron a México. En este momento hay pueblos allí que se reconocen oriundos del Ande". Sus súbditos lo llamaban Túpac Yaya es decir, “padre de todos los hombres” por ser, según Garcilaso, “… el Señor que tanto los amaba y tanto bien les hacía”. También recibió los apelativos de Grande y Justiciero. Más querido que el mismo Pachacútec, llegó a ser reconocido como el mayor de los soberanos incas.
Este es, a grandes rasgos, Túpac Inca Yupanqui, el Resplandeciente, conquistador del Ande y emperador de los Cuatro Suyos, descubridor de Oceanía y junto a Pizarro, forjador del actual Perú.
[1]

[1] Decimos esto pues el término Perú es una construcción puesta en circulación, tras el arribo al Nuevo Mundo de los conquistadores y colonos españoles; aunque con fines prácticos, muchas veces solemos hablar del Perú antiguo. Hoy en día sabemos que nuestro país es producto de la superposición de distintas corrientes civilizadoras, siendo dos de las más importantes la hispánica y la cobriza. Desde el punto de vista cultural, fueron Pachacútec y Pizarro, -personajes iletrados ambos-, los padres de la cultura peruana. Pachacútec es el promotor de la cultura andina y Pizarro es el promotor de la cultura occidental. Ahora bien, según el profesor Del Busto, los personajes que más han contribuido a cimentar -consciente o inconscientemente- la idea de nación peruana, son: Pachacútec, Túpac Yupanqui, Francisco Pizarro, Garcilaso, José Gabriel Túpac Amaru, Juan Pablo Viscardo y Guzmán, Ramón Castilla, Miguel Grau, Francisco Bolognesi y Andrés Avelino Cáceres. Según su parecer, al cual suscribo, son los que más han hecho por la peruanidad, directa o indirectamente.

15 octubre 2007


DESTRUYAMOS SHILLACOTO!!! (Frase de cabecera de Ana ESTEBAN TACUCHI)

Con una mezcla de resignación, indignación, cólera pétrea y una conmoción de asco e impotencia, leo en “El Correo” –los diarios chicha “Ahora” y “Hoy” no lo tratan- sobre el intento de destruir parte de nuestro patrimonio monumental e histórico legado por antiguos pobladores de Huánuco, restos arqueológicos que en cualquier parte del mundo serían salvaguardados como parte de una valiosa heredad cultural, tesoro que si se destruye no se recuperara jamás.
Todo indica que campea la indiferencia en muchas gentes frente a estos restos enormes de vidas pasadas; todo pareciera señalar que solo es tarea de pocos resguardarla, protegerla y salvarla de estos y otros ataques. Pero lo cierto es que desde hace mucho tiempo le dimos la espalda a Shillacoto y la echamos de nuestras vidas con un soberano portazo; luce descuidada y enferma, abatida y también invadida en sus fueros íntimos; luce golpeada y bastardeada por unos cuantos que osaron rehabitarla desafiando a todo tipo de observancias u honores que se debería guardar ante este patrimonio. Ana Esteban Tacuchi es el nombre de un monstruo que abomina del pasado, de una terrorista antihistórica que petardea lo poco que queda de unas construcciones preincásicas y cuya tarea es no dejar piedra sobre piedra de este monumento. Ana Esteban encarna a una Atila resentida de una provincia olvidada que quiere arrasar con estas ruinas que le revuelven la bilis y los bolsillos, ya que ella jura y recontra jura que los terrenos que yacen bajo esas construcciones le pertenecen. A Ana Esteban Tacuchi, poco le deben interesar esas paredes de barro y piedra, porque le deben parecer corralones absurdos que no sirven para nada… Quiza, como a muchos huanuqueños, a ella solo le importe su fin individual, su yo propio y circunstanciado a su ego solitario, importándole poco o nada el fin social, el yo colectivo, el yo social, de los cuales no debe estar ni enterada; importándole poco o nada los símbolos de la ciudad, sus espacios abiertos o la magnífica heredad que significa para nosotros Shillacoto. Le debe interesar poco el destino de nuestra casa grande -que es Huánuco-, su futuro que a estas alturas debe parecerle abyecto, sin sustento, plúmbeo, amargo y sin contemplaciones… A esta señora, como a muchos miserables, no les conduele el dolor de los otros, el dolor de toda una ciudad que se desangra a gritos; solo lanzan ayes lúgubres cuando les lastiman el único órgano sensible que poseen: el bolsillo. En mi caso, como a algunos amigos, Huánuco no deja de dolernos, ya que constantemente es zaherida por una inmensa desidia y una ñoñez vomitiva a prueba de balas.

08 octubre 2007




EVOCANDO A DANIEL ALOMIA ROBLES Y "EL CONDOR PASA"

Llovía impetuosamente el día que partía cuando por última vez visité Huánuco. Como un presagio la noche quieta y diáfana del día anterior me había instigado a recorrer silenciosamente algunos jirones, pasajes, esquinas, plazas, el malecón y la alameda, y me permitió contemplar con gran fruición el ensueño pausado y sincopado de la ciudad, su dormitar de viejo cachorro que observé con la melancolía de quien se sabe volverá a ser solitario. En la Catedral, a la cual ingresé pocas veces a lo largo de mis años, un grupo de niños vocalizaban el Offertorium “Reges Tharsis” -un monódico pero sendo canto gregoriano-, un himno de voces que me hizo evocar al gran maestro don Daniel Alomía Robles, que cuando niño, integrara también el coro de la catedral de Huánuco. Por esos días conversaba con un grupo de amigos acerca de la importancia de este creador y genio, cuyo importante legado de compositor y recopilador musical contiene conceptos innovadores de música y está dedicada a fortalecer nuestra identidad cultural. El corpus de su obra, que poco se difunde, ha escrutado profusamente la tradición musical incaica y los aires rítmicos que permitieron el desarrollo del folclore nacional. A manera de homenaje, trataré de recopilar en este post, una serie de datos desperdigados de uno de los mayores y notables músicos que mucho hizo por la cultura de nuestro país y de manera perseverante.

Viajero incansable desde los 15 años, (nació en Huánuco en 1871) recorre el Perú desplazándose por los más anfractuosos paisajes de la serranía, recopilando en su periplo, coplas, letrillas, poesía y música que se transmitían de generación en generación, compilando esas melodías ancestrales -que se hubiesen perdido de no mediar su intervención-, y atesorando instrumentos musicales y ceramios alusivos del quehacer musical de las antiguas culturas peruanas. Afincado en Lima desde los 13 años, a instancias de su madre, doña Micaela Robles, en 1887, en plena adolescencia, conoce al maestro Manuel de la Cruz Panizo, un negro liberto, maestro de música sacra de varios conventos y monasterios de Lima, quien lo instruye en el solfeo y en el canto coral. Tiempo después, Panizo lo contactaría con el compositor italiano Claudio Rebagliati, radicado en el Perú, para que prosiga sus estudios de piano, armonía y composición.

De manera paralela a su formación instrumental, por curiosidad científica concurre como alumno a la Facultad de Medicina de la Universidad Mayor de San Marcos entre 1892 y 1894, e inicia en 1895 una exhaustiva labor de investigación de la música peruana que será la substancial dedicación de su vida, salvaguardando del olvido -gracias a sus conocimientos de algunas lenguas nativas- ritmos y melodías tradicionales, además de leyendas y mitos del período de la colonia y de la época de los incas.
Infatigable compositor de honda raigambre andina, sus conceptos musicales diferirán radicalmente del academismo imperante en la época. Fue, sin lugar a dudas, el primer compositor peruano y, tal vez, latinoamericano, que basó su trabajo de constructor musical en la investigación y estudio constante de los materiales sonoros nativos, específicamente andinos, es decir aquellos que definen como afirmara don Manuel González Prada, "...el verdadero Perú... la nación formada por la muchedumbre de indios diseminados en la Cordillera".

Su trabajo creativo encontró en los géneros populares, en la canción y en las breves piezas pianísticas, efectivos canales de expresión mezclados en sencillas y espontáneas estructuras formales. Obviamente, en sus trabajos más elaborados: obras de cámara, sinfónicas y dramáticas, no pretendió alcanzar las complejidades, deleites estilísticos, variaciones académicas o tratamientos convencionales de las concepciones y tendencias europeas, sino más bien forjar magníficos testimonios de una fidedigna búsqueda de dicción musical peruana.
Si, aparentemente, sus méritos de recopilador opacaron su indiscutible genio creador, es necesario establecer que su labor de musicólogo únicamente constituye un sólido complemento y fuente de inspiración para la del compositor. Alomía Robles no sólo nos ha legado una estupenda colección de melodías nativas sino ha logrado, como compositor -lo trascendente en él- una propuesta espléndida, pura y espontánea en el manejo de los materiales sonoros andinos, propuesta visionariamente ligada al quehacer del músico peruano del mundo contemporáneo.

De su obra, que consta de 696 piezas folklóricas, 140 composiciones (zarzuelas, óperas, y creaciones musicales disímiles) y entre 60 a 70 poemas quechuas traducidas al español, se destaca por su difusión, por sus cientos de versiones, por haber y seguir siendo ejecutada miles de veces por intérpretes y grupos de muchos países, la melodía de El Condor Pasa, fragmento de una zarzuela que compuso en 1913, en cuyas letras -escrita por Julio de la Paz- se plasma una desgarradora denuncia social, aspecto mayoritariamente ignorado
[1]. El argumento teatral que trataré de resumir –de Julio Baudoin, seudónimo de Julio de La Paz- transcurre en la región minera de Cerro de Pasco, en los Andes centrales peruanos a principios del 900. En la mina de Yapac se enfrentan déspotas y esclavos. Un joven rebelde trabaja con un grupo de mineros; es Frank, hijo de María y, aparentemente, de Higinio, con quien discute sobre el supuesto “destino” al cual tienen que obedecer sin alternativas. Su “destino”, mas allá de haber nacido “indio rubio” –jachacholo- es liberarse del yugo impuesto por sus señores, que desde el momento mismo de la obtención de las minas adquieren también, junto con el predio, a los habitantes del lugar, como si fuesen cosas accesorias; “Como bestias nos tratan”, se queja Frank; pero, la actitud de Higinio es la de justificar las relaciones de explotación, ya que con ellos al menos comen, dice, y le aconseja resignarse. Mucho después, cuando Frank se entera que, la mina en la cual se deshacen y desfallecen fuera descubierta por Higinio, -y que desde aquel entonces el ultimo cóndor que por ahí pasaba voló sobre sus chozas para luego perderse en las alturas y no reaparecer-, Mister King –uno de los dueños de la mina-odiado por los trabajadores, muere aplastado por una inmensa piedra que le arroja Higinio, al cerciorarse este de que el verdadero padre de Frank no es él, sino Mister King. Pero inmediatamente surge Mr. Cup, su socio, quien hiere a Frank. El muchacho se defiende y mata a su agresor. En la escena final un cóndor pasa majestuoso, y ante esta visión, los mineros disipan sus temores ante la incertidumbre del “que hacer ahora”. “Amparémonos en sus alas –dice Frank- el también se va libre de los rubios y quiere reinar en nuestro cielo (…) sintámonos cóndores, seamos como él en la inmensidad de la tierra”. El cóndor se pasea en el escenario teatral acompañado por la melodía que ya todos conocemos y que ya se había escuchado anteriormente en el pasacalle de la fiesta campesina; pasa el cóndor, vuela en el cielo como un símbolo andino de libertad… Este planteamiento argumental desarrollado en la zarzuela, la puja entre explotadores y explotados, era una novedad estrepitosa en el teatro, si bien había sido ya tratado en las novelas románticas de Narciso Aréstegui ("El padre Horán”), Mercedes Cabello de Carbonera (“Blanca Sol” y “El conspirador”) y Clorinda Matto de Turner (“Aves sin nido”), pero en 1913 y bajo la presidencia del magnate Guillermo Enrique Billinghurst Angulo, fue de un impacto fulminante. En el teatro Mazzi se lo representó dos mil veces a lo largo de cinco años. De los ocho fragmentos musicales, el que más éxito tuvo es la cashua, que se sigue tocando hasta el presente en muchos países del mundo, siendo un 'hit' entonado en idiomas muy diversos. Hacia 1965 Paul Simon le puso letra a esa melodía final y fue grabada como obra suya por el dúo Simon & Garfunkel, sin siquiera mencionarse a Daniel Alomía Robles. Al año siguiente, la familia del músico entabló una acción judicial y las cosas se pusieron en su lugar: Alomía Robles autor de la música y Simon de la letra. No obstante las “letras” de Paul Simon nunca serían consentidas ni cantadas –vaya uno a saber por que- por ningún grupo andino…

Escuchar "El Condor Pasa"; la melodía oída por nosotros alguna vez, una suerte de himno cuyos fragmentos instrumentales constan de tres partes: Yaravi, Pasacalle o "Fox" Incaico y Fuga de Huayno; es como abrir un atlas para calmar nostalgias añejas parapetadas en los atardeceres, es como librarse de la ausencia y de la dulce zozobra de un quejido diluido en la médula roída de un café mustio… ¿ustedes saben lo que significa extrañar una ciudad escuchando mentalmente las cashuas
[2] del gran Daniel? Cuando ello ocurre, en mí, Huánuco es un disco figurado del preeminente Daniel Alomía, un disco que busco insistentemente, remasterizado o digitalizado en los estantes de las disqueras... aunque el lugar donde debiera estar alineado alfabéticamente, siempre esta vacío, sin referencias, desierto; ante esa contrariedad –como un lenitivo- la memoria y la sensibilidad hacen que eclosionen en mi nariz unas ligeras fragancias de retamas, ficus, cantutas y eucaliptos… Camino, camino mucho y desconcertado, tratando de encontrarlo, mas allá de que la pesquisa sea por ahora inútil; pero es mejor así, ya que mantengo viva la ilusión de escuchar generosa y enriquecida música, como también la esperanza de regresar siempre a Huanuco, para perderme en sus ancestrales usanzas, en ese su otro estilo y disfrute calmo de la vida, en su otra visión de lo festivo, en el color atávico de sus costumbres, en esa ciudad que dormita como viejo cachorro en el centro y en lo profundo de nuestro rememorado terruño.

(Por RICHARD LEANDRO COZ, lector de “Trilce”. Devoto de Esteban Pavletich. Huanuqueño. )

[1] Para entender hasta qué punto utilizaba Alomía Robles el folklore peruano, debemos decir que la apertura de la melodía de esta cashua es un canto de amor de Jauja, cuyo texto en quechua dice: “Huk urpichatam uywakarkani” y fue publicada en el célebre libro “La música de los incas”, de los esposos D'Harcourt en el ejemplo musical N. 47, p.303, editado en París en 1925, doce años después del estreno de la zarzuela en Lima. Los tres primeros compases de la canción jaujina son idénticos, pero luego la melodía cambia totalmente. Por ello, no se puede decir que no haya auténtica creación, como variación de un tema popular, por parte de Alomía Robles… Gracias a la iniciativa de este compositor esta melodía se da a conocer y se difunde más allá de las fronteras del Perú, al punto de que otros países hermanos, infundadamente, trataron de adjudicarse su dominio en virtud de dizque cierta heredad precolombina, cuando no es así. Es peruana de cabo a rabo.

[2] La cashua, es una danza donde un corro de hombres y mujeres asidos de la mano, bailan desplazándose lenta y suavemente ejecutando un zapateo suave y elegante. Esta danza sólo se realizaba y consumaba en las grandes fiestas; contiene ritmos instrumentales donde fulgura la quena escoltada con instrumentos de percusión. El ttacteo, del verbo quechua ttactani, (patear) es un floreo vivaz insertado a menudo en la cashua, ya que consiste en un rápido y breve golpeteo de los pies sobre el suelo, sin cambiar de lugar. Es una danza de mucha gracia que exige una gran habilidad de los ejecutantes que bailan separadamente y que cada tanto se sujetan de las manos. En el incario, la música, el canto y la danza en conjunto recibían el nombre genérico de taqui, palabra que estrictamente, significa canto. Allí se conjugaban sonidos, cadencias, literatura y plasticidad corporal. Había infinidad de danzas, todas las cuales siempre estaban relacionadas con las fiestas rituales y agropecuarias En los documentos más antiguos y fidedignos de reputados cronistas de la época de la colonia, se mencionaban el jarawi, el huayno o huayño, la llamaya (danza pastoril); el harahuayo (danza de agricultores); la cashua o cachua (danza de alegría y galanteo); el haylli arahui (taqui de victoria guerrera), el tatash (danza agrícola), el auca (danza campestre), entre otros.

05 octubre 2007



Por hoy, “Huánuco está de moda” (Eslogan cojudísimo ideado por Koko Giles)

Acabo de leer con estupor, unas declaraciones de Koko Giles –Alcalde de Huánuco-, recogidas por uno de los más sensacionalistas e indigeribles diarios publicados en el Perú: “El Correo”, tirada regional ajustada a los avatares noticiosos de Huánuco. Este iluminado visionario, un ídolo de barro –y de barrio- que algunos fervorosos salseros recuerdan porque en los perdidos y sangrientos años ochenta sintonizaban “Radio Mar”, se aventuró a decir , al ser cuestionado por insertar su nombre en unos afiches destinados para difundir una actividad socio-religiosa, lo siguiente: “mi nombre genera turismo, porque Koko Giles, es una persona distinguida y conocida a nivel nacional, porque quieran o no quieran yo le he dado un nombre a Huánuco, porque soy huanuqueño y nadie me lo va quitar eso…” … ¿Qué cosa? ¿Qué? ¡Ah! Caramba. Oye, Koko, disculpa ah! Ahora resulta que tú eres más que Kotosh, las Manos Cruzadas, Shillacoto, Quicacan, Vichaycoto, Huánuco Pampa, Piruro y Garu, más que todos esos ruinosos cascajos y guijarros juntos, por decir lo menos. Ahora resulta que antes de Koko, (A.K) nuestra ciudad no tenía nombre, vivía en las tinieblas, y tuvo que venir –por obra y gracia del azar y de todos los dioses- nuestro Adán andino, Koko Giles, para darnos un nombre. O sea, el es más que todos los que poblamos y poblaron Huánuco, ya que desde su “modesta” perspectiva, nadie antes de su nacimiento, pudo darle a Huánuco algún tipo de nombradía o referencia historico-social, nadie, ya que para él -infiero- la Perricholi bien pudo haber sido su mucama, Amarilis su cocinera, Daniel Alomía Robles su pongo, Leoncio Prado su guachimán, Miguel Guerra y Fernando Fernández Flores sus bufones, Samuel Cardich y Andres Cloud sus mayordomos, y, el cholo Aparicio Pomares -si es que existió-junto con los indios Illatopa y Guaman Poma sus guardaespaldas. Pucha, es el acabose. El es el petimetre mayor. El los eclipsa a todos. Gracias Koko, los huanuqueños tendríamos que postrarnos ante ti como mínimo y erigirte como señal de pleitesía unos cien monumentos de oro bruñido. Gracias Kokito, tu eres el ungido que esperábamos. Gracias. Gracias compadre, por expeler arrogancia y majaderías imperdonables, gracias oye, por al menos decir lo que dices, pretendiendo justificar tu obcecado afán de figurar en cuanta inauguración de obras, actos oficiales, shows mediáticos, circos publicitarios o polladas bailables que se realizan u organizan en Huánuco…

Dejando de lado la ironía, lo que dijiste es un malcriado agravio para todos los que tuvimos el hado de nacer en lo que fuera el señorío de los yarowilkas. Tratar de justificar la caprichosa inclusión propagandística de tu nombre en unos afiches financiados por la Municipalidad de Huánuco para cumplir con la tarea de difundir la “Procesión del Señor de Burgos” con un argumento arropado por cegueras y mezquindades, es una tarea de bobos. Lo que te pedimos, Jesús Giles Alipàzaga, es una pizca de prudencia y un descuento, una rebaja a tu carísima pose de vedete achorada de los bajos fondos; los huanuqueños te elegimos para que te desempeñes como Alcalde y te pagamos un sueldo, un buen fajo de billetes, para que te dediques a administrar los destinos de la ciudad, para que gestiones y logres –si puedes- conseguir los suficientes recursos e inversiones para al menos tratar de cumplir y hacer carne tus promesas de campaña política; es hora de que te lo recordemos y te lo cobremos; una promesa no debe ser olvidada, una promesa se paga o se cumple, y se lo digo al estilo compadrón, para que lo entienda. Por ejemplo que al menos trate de eliminar la corrupción -peco de ingenuo-, es lo que nos prometiste; que cuando concluyas tu mandato nos entregues el nuevo estadio –chilanquito, oye- y el maravilloso mercado nuevo -con varios niveles- que nos dijo iba a legar para la ciudad; queremos que cuando parta nos entregue el final de obra del drenaje pluvial que nos ofreció, y claro, no está de más, pedirle mientras sea nuestro burgomaestre, que genere –no sé cómo- más puestos de trabajo en el sector privado, y contratos en el sector gubernamental cubiertos por concursos públicos que dijo iba a convocar apenas asumiera el rol, para rodearse de gente capaz. Pero nada de ello ha ocurrido todavía o quizá nunca suceda, como ya es habitual, y quizá también nada esperamos porque ya estamos acostumbrados a que nos mientan y nos roben la ilusión con su pellizco de esperanza más. Quizá ya estemos curtidos de tantas mentiras y arbitrariedades juntas. Nos toman siempre de cojudos… Al margen de esos lamentos, lo que no queremos Koko, es observar y escuchar algunas de tus pataletas, berrinches o caprichos, generando escenas creadas para los urracos de Magaly y no precisamente hechos políticos que puedan ser memorables… Koko, reitero, aunque no te haya votado, te elegimos para que trabajes por la ciudad, para que la administres de manera eficiente, tomando medidas oportunas y necesarias, y no para tenerte de hazmerreír ambulante o enfermizo miserable con sed de autobombo. Que Koko Giles, el patita de civil y sin cargos, disponga de su peculio personal como se le venga en gana, si quieres despilfárralo–y con ayuda- en la noche descafeinada de alguno de los casinos de mala muerte que pululan como sarna en nuestra ciudad; pero el Giles Alipazaga, la autoridad y jefe de gobierno de la ciudad, no use los dineros del erario municipal para antojos burdos y mezquinos, sino que lo administre de forma responsable buscando alcanzar un fin favorable para Huánuco al cual todos queremos, a pesar de su pobreza y abandono.

Antes de concluir, quiero señalar que, leyendo su parrafada, algo de razón tiene Giles en lo que respecta a su oficio de locutor y su huachafísimo porte de showman radial; lean lo que dice –y en tercera persona- este consagrado maestro de la soberbia: “Koko Giles, ha batido el récord en toda la historia del Perú, en lo que se llama el ranking; búsquenlo, averígüenlo, humildemente somos pioneros de la frecuencia modulada y de la televisión, en el horario de la mañana”… ¡¡¡Asu máquina, a wascha o’e!!! Aprendan mongos… En fin, pero algo de razón tiene, aún desbocado y vanidoso como en sus épocas de oro, ya que sus éxitos en la radio y en el mundo tropical son inobjetables; pero de ahí a decir que su “nombre genera turismo”, que es “una persona distinguida” -¿No será un prohombre o un cuasi dios en alguna historieta o tira cómica de Huánuco? ¿Oe, en qué canal lo pasan, ah?-, y que le ha “dado un nombre a Huánuco”, que… ¡Que no fastidie! Que un médico o un chaman domaíno le recete un poco de modestia y algo de decoro político. Quién sabe –pronunciarlo por favor, al estilo de Jorgito del Castillo-, quien sabe, tal vez alguna de sus admiradoras o todas, le hicieron una ablación de humildad, amputandole tambien la sencillez… Chau Koko. Chau, pero antes escucha, escucha a la gente de la ciudad. ¡Escucha Koko: Tus declaraciones son una soberana y tremebunda estupidez!...

29 setiembre 2007


Impresiones tras la lectura de un poema de Jaimes Garay

Hace algunos años, el año 1996 exactamente, el poeta Marco Martos publicó su “Leve Reino”, libro en el cual reunió su opus poético escrito desde el año 1965 al 1996. En una de sus páginas puede leerse un balbuceo mostrenco –no sé si es poema, anti poema, broma literaria, o patinada atroz- llamado “El poema de Sancho”, que a grandes rasgos y en cuatro líneas -si mi memoria no me traiciona, como Alan García a sus promesas electorales- reza más o menos así: “Brinca la tablita /que yo ya brinqué, /Brinca tu ahora / que yo me cansé…” Justo es reconocer que Marco Martos tiene muchos poemas memorables, además de varios cuentos que merecen no figurar en ninguna antología literaria; pero, al margen de sus virtudes, quiero rendir un homenaje a esta sima poética de Martos, escribiendo unas cursísimas estrofillas a continuación, remedando algunos trazos plasmados por -según él y sus socios del dizque Movimiento Literario Pillko- el ilustrísimo, brillantísimo, destacadísimo y magnánimo docente huamaliano llamado Jhon Isauro Jaimes Garay.
Ya que Isauro se anima a publicar lo suyo, me dije: ¿Por qué no publicar mi bodrio que demandó pocos minutos hacerlo, mi lábil mejunje de chingana que no necesitó iluminación de las musas, ni un trance especial -producido por unos tragos de san pedros o ayahuasca- ni mucho menos la lira del espíritu santo? Total, ¿qué pierdo, la vergüenza? -Pero si hay muchos desvergonzados que se alucinan poetas o dicen tener un don especial cuando en realidad lo que tienen es un caradurismo a prueba de bombas y un tufo monumental de majaderos desfachatados-. No soy poeta, no pierdo nada, aporto más bien con un chascarrillo a la historieta ultra marginal de la literatura, y ¡zas! –a lo Chavo- Se acabó y punto (como las letras del valse, pero dedicado a los poetastros) Claro. ¿Porque no?, me dije, y ¡zacate!
Nótese que en este cachivache poetastril hay palabras como anticucho, prestiños y folganzas; me excuso, reitero, no soy poeta; se que esta trastada es un Frankenstein anti-literario, pero bueno, que diablos, son estrofitas cándidas y mamonas que servirán como pasto para avivar el fuego del olvido; lo que espero es que no se apague en el intento –por las dudas, preparen kerosene-:

Anhelo poseer los cielos
para devastar sus soles
y transmutar en albas
sus cascajos y cenizas;

Y de las albas
erigir corazones o prestiños de mirtos
henchidos de voces
que te recuerden
a cada instante
Ciudad,
porque eres mi sol y mi luz
cuando vuelvo.

Tan pulcra y prístina, como las nacientes
del extenuado Huallaga,
en el yermo de mi tumba
añoro tus bálsamos
tu nez y nuestras folganzas,
tus áureos pies y tus vencidos responsos
bajo los adioses sin olvido…

Sin los crepúsculos de noviembre,
bajo el puente de una ciudad moribunda
allí, sin dientes, un cadáver quedó
como carcasa
renuente de soles y universos,

no pudo ser
ni alba, ni anticucho, ni corazón
porque llegó tarde como estas saudades
a su catacumba en llamas…

¡Oh! Dolor de la calma,
la Ciudad ya no es su sol ni su luz
es solo polvo, polvo y guijarros!
¡Oh! Dolor que desalma….

Quizá hubiese sido mejor “dolor que desangra”, pero –según me aconsejaron unos ebrísimos rapsodas del grupo irónico-antiliterario “Huallayco Vida”- peca por redundante y hastiada; a este sancochado, a este refrito lo voy a rotular “En el Día de los Muertos”; es un homenaje ramplón que brindo a Marco Martos, homenaje que se me ocurrió rendirle después de leer los “poemas sociales” (léase de manera cachacienta –con una sonrisa híper cachosa-) de Isauro, homenaje que le rindo de puro antojadizo y cabrón nomas (léase teniendo presente la primera acepción del término cabrón). Espero aportes y vuestras críticas acidas, urticantes, viperinas y sin miramientos, como un familiar de luto espera la autopsia de su deudo en la morgue. Café para todos, yo invito, y que algún devaluado dios lo pague.