Impresiones tras la lectura de un poema de Jaimes Garay
Hace algunos años, el año 1996 exactamente, el poeta Marco Martos publicó su “Leve Reino”, libro en el cual reunió su opus poético escrito desde el año 1965 al 1996. En una de sus páginas puede leerse un balbuceo mostrenco –no sé si es poema, anti poema, broma literaria, o patinada atroz- llamado “El poema de Sancho”, que a grandes rasgos y en cuatro líneas -si mi memoria no me traiciona, como Alan García a sus promesas electorales- reza más o menos así: “Brinca la tablita /que yo ya brinqué, /Brinca tu ahora / que yo me cansé…” Justo es reconocer que Marco Martos tiene muchos poemas memorables, además de varios cuentos que merecen no figurar en ninguna antología literaria; pero, al margen de sus virtudes, quiero rendir un homenaje a esta sima poética de Martos, escribiendo unas cursísimas estrofillas a continuación, remedando algunos trazos plasmados por -según él y sus socios del dizque Movimiento Literario Pillko- el ilustrísimo, brillantísimo, destacadísimo y magnánimo docente huamaliano llamado Jhon Isauro Jaimes Garay.
Ya que Isauro se anima a publicar lo suyo, me dije: ¿Por qué no publicar mi bodrio que demandó pocos minutos hacerlo, mi lábil mejunje de chingana que no necesitó iluminación de las musas, ni un trance especial -producido por unos tragos de san pedros o ayahuasca- ni mucho menos la lira del espíritu santo? Total, ¿qué pierdo, la vergüenza? -Pero si hay muchos desvergonzados que se alucinan poetas o dicen tener un don especial cuando en realidad lo que tienen es un caradurismo a prueba de bombas y un tufo monumental de majaderos desfachatados-. No soy poeta, no pierdo nada, aporto más bien con un chascarrillo a la historieta ultra marginal de la literatura, y ¡zas! –a lo Chavo- Se acabó y punto (como las letras del valse, pero dedicado a los poetastros) Claro. ¿Porque no?, me dije, y ¡zacate!
Nótese que en este cachivache poetastril hay palabras como anticucho, prestiños y folganzas; me excuso, reitero, no soy poeta; se que esta trastada es un Frankenstein anti-literario, pero bueno, que diablos, son estrofitas cándidas y mamonas que servirán como pasto para avivar el fuego del olvido; lo que espero es que no se apague en el intento –por las dudas, preparen kerosene-:
Anhelo poseer los cielos
para devastar sus soles
y transmutar en albas
sus cascajos y cenizas;
Y de las albas
erigir corazones o prestiños de mirtos
henchidos de voces
que te recuerden
a cada instante
Ciudad,
porque eres mi sol y mi luz
cuando vuelvo.
Tan pulcra y prístina, como las nacientes
del extenuado Huallaga,
en el yermo de mi tumba
añoro tus bálsamos
tu nez y nuestras folganzas,
tus áureos pies y tus vencidos responsos
bajo los adioses sin olvido…
Sin los crepúsculos de noviembre,
bajo el puente de una ciudad moribunda
allí, sin dientes, un cadáver quedó
como carcasa
renuente de soles y universos,
no pudo ser
ni alba, ni anticucho, ni corazón
porque llegó tarde como estas saudades
a su catacumba en llamas…
¡Oh! Dolor de la calma,
la Ciudad ya no es su sol ni su luz
es solo polvo, polvo y guijarros!
¡Oh! Dolor que desalma….
Quizá hubiese sido mejor “dolor que desangra”, pero –según me aconsejaron unos ebrísimos rapsodas del grupo irónico-antiliterario “Huallayco Vida”- peca por redundante y hastiada; a este sancochado, a este refrito lo voy a rotular “En el Día de los Muertos”; es un homenaje ramplón que brindo a Marco Martos, homenaje que se me ocurrió rendirle después de leer los “poemas sociales” (léase de manera cachacienta –con una sonrisa híper cachosa-) de Isauro, homenaje que le rindo de puro antojadizo y cabrón nomas (léase teniendo presente la primera acepción del término cabrón). Espero aportes y vuestras críticas acidas, urticantes, viperinas y sin miramientos, como un familiar de luto espera la autopsia de su deudo en la morgue. Café para todos, yo invito, y que algún devaluado dios lo pague.
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