28 setiembre 2007




El Shincal,
Ciudad Inmortal del Imperio Incaico
[1]


Llegar a Belén de noche es una suerte y una desgracia. Desgracia porque nos perdemos la contemplación primera del desierto, la llanura inmensurable y el viento. Una suerte, porque avanzamos en la oscuridad desentendidos de los rigores de los crudos inviernos y los sofocantes veranos para llegar a una ciudad toda verde, llena de vida y caras sonrientes.
Esperando descubrir el secreto de la ciudad inmortal, la fundada cinco veces, la Londres de Catamarca, me encontré una noche lluviosa munido de una carpa y un mapa en el centro mismo de Belén, una ciudad vecina. Entonces tuve el primer contacto con aquella cultura, descendiente directa de los bravos calchaquíes. De aquellos grupos de guerreros se recuerda su valor, su espíritu de lucha, sus grandes caciques: Juan Chelemin, Juan de Calchaquí y Pedro Chumay, quienes encabezaron un alzamiento, quizás el más importante y prolongado de que se tenga cuenta. Expulsando a los invasores de la ciudad de Londres en el año 1630, la resistencia los mantiene alejados por tres años, sucumbiendo luego ante el poder de fuego español, mucho mayor y moderno. Los grandes caciques fueron desmembrados y expuestos para escarmiento.
Todos estos recuerdos fluían en mi mente cuando conocí por vez primera la calidez de los habitantes de la zona, mi pobre carpa de mochilero jamás salió de su saco, espontáneamente recibí invitaciones para alojarme en casas particulares de gente que luego sirvió de guía en mis recorridos.
La ciudad de Londres recibe su nombre como fruto de un homenaje que le rinde el fundador a las nupcias de Felipe II con María Tudor en 1558. Pensada como un eje entre Santiago del Estero y Chile, Juan Pérez de Zurita funda, cuando no, una ciudad ya existente.
Fue en 1470 cuando da inicio en el lugar la construcción de la capital incaica que formaba parte de la avanzada del Imperio del Tawantinsuyo en territorio calchaquí. De arquitectura semejante a otras existentes en el Cusco, El Shincal toma su nombre de los Shinqui, especie de arbusto de la zona.
Muchos datos cargaba en mi imaginario pero aun faltaba el contacto real con las ruinas. Luego de una breve caminata por calles de tierra y arena, plagada de flores silvestres encontramos el rastro del antiguo centro administrativo. Entonces todo cuanto sabía quedo olvidado, la sorpresa, la fascinación, todo era poco ante el espectáculo de las ruinas del Shincal.
Dos morros o colinas de unos 25 metros de alto, elevados de su altura natural artificialmente custodian el centro cívico. Frente a lo que fuera la plaza de armas, el morro principal con una escalinata de más de cien peldaños nos conecta con una plataforma dedicada seguramente al culto de Inti.
Un acueducto de tres kilómetros de longitud acercaba las aguas del río Quimivil, los almacenes acopiaban los frutos de la zona y en el centro de la ciudad, el Ushnu, o trono, el más grande al sur del Cusco y residencia del Curaca o gobernador, que allí sentado presidía ferias, desfiles militares y recuas de llamas cargadas de metales rumbo a la capital del Imperio.
Centro administrativo y de culto, espacio de redistribución de bienes, capital de una provincia del imperio, El Shincal brillo por 60 años. Nacido del movimiento expansivo que propicia el Inca Pachacútec, es Tupác Inka Yupanqui quien en 1471 domina a los diaguitas y calchaquíes, organizando la explotación de las minas de oro, plata, cobre y estaño, a tan solo una jornada de El Shincal.
Es allí donde Zurita funda Londres, de allí lo corre el levantamiento de Juan Chelemín en 1636, obligando a una nueva fundación de Londres.
La gesta de Chelemín duro tres años. Desde entonces y hasta su descubrimiento en 1901 el silencio, el monte de shinquis y el olvido fue todo lo que quedó del antiguo esplendor. El recorrido casi fantástico por las ruinas nos obliga a pensar en la también casi fantástica caída del Incario, vasto y poderoso imperio.
Es fácil confundirse ante estas cuestiones. Pero con solo caminar por las calles de Londres y Belén actuales podemos encontrar un poco de luz en estas cavilaciones. La gente, que día a día afronta el recio sol con sus rostros cobrizos, con sus usutas de factura casera nos señala algunas respuestas. Nos susurra la memoria viva de las antiguas glorias y el orgullo y la esperanza del presente.




[1] El Shincal se encuentra a 6 kilómetros de la ciudad de Londres, a 9 de Belén que es la cabeza departamental y a 300 de San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina.


POLÍTICOS DEL MUNDO…

“Entre dos males hay que negarse a aceptar el menor y proponer entonces un bien, pues desear el mal es de tontos y no ver el bien es de ciegos.” Noam Chomsky

Cuando cuestionamos a tal o cual político, cuando polemizamos con uno u otro ideario político, cuando decimos pertenecer a un partido político, no hacemos sino aceptar como "orden natural" un sistema que proclama la necesaria existencia de los políticos, las doctrinas y los partidos.
Ahora bien, si la política es la ciencia artesanal de guiar a una sociedad hacia el bienestar general, hacia un orden en el que todo individuo que lo desee pueda elevar su calidad humana, podría pensarse que cualquier ciudadano generoso y sensible, si posee la voluntad y energía suficientes, es apto para ingresar en el círculo político, articular esfuerzos y opiniones, alcanzar un cargo influyente y usar el poder para aplicar sus fórmulas de servicio a su comunidad. Pero el sistema político excluye y pervierte precisamente a esta clase de personas, es decir, a quienes tratan de no causar daño al semejante, a los que no emplearían medios ilegales ni inmorales (el distingo es justo porque lo legal suele ser inmoral y viceversa) para abrirse paso.
El resultado es un país como el Perú, administrado por un grupúsculo de trepadores, monomaniacos del poder, delincuentes de cuello blanco y profesionales envilecidos, indiferentes al sufrimiento de sus hermanos. Pero no seamos ilusos: en todos los países del mundo, sin excepción, se oficia este culto desaforado a las potencias materiales. La sensación de que el sistema político democrático es un fraude y de que el gobierno no representa realmente al pueblo existe incluso en EE.UU., donde, según el lingüista y activista contracultural Noam Chomsky, el 80% de la población suscribe esta opinión.
El político tradicional, si tiene pasta de "ideólogo" -y mucho mejor si en sus años mozos fue puro de intenciones-, comenzará por plasmar en el papel su particular diagnóstico socioeconómico y su receta para alcanzar la Gran Meta Altruista. Pero él sabe que, con el tiempo, irá desapasionándose, añadiendo reservas a su corazón y enmendaduras a un texto devenido en excusa lírica para conseguir poder. Al final sólo los ingenuos y los desesperados creerán en la doctrina original, o en los eslóganes (porque muy pocos leen). Y si alguno de estos es muerto por mantener su credo político, mucho mejor, porque la sangre santifica cualquier causa.
Una vez escrito su librito canónico, nuestro político, en compañía de dos o tres camaradas, diseñará su partido político, sus consignas, su jerarquía, su reglamento interno. Aglutinará a sus "bases populares" y escogerá a sus lugartenientes locales de entre los más fanáticos, aunque sean ambiciosos solapados, porque al principio jamás replicarán. Nótese desde ya la esencia dictatorial de nuestros partidos políticos "democráticos", tendencia colmada con el paulatino endiosamiento del líder.
Cuando el partido se haya robustecido lo suficiente tras algunas aventuras electorales y demostraciones de fuerza, el jefe "negociará" con esos mismos sectores sociales, industriales, sindicales o mafiosos a los que dice odiar cuando habla ante sus fieles, y transará el indispensable apoyo financiero para la campaña electoral definitiva -porque habrá que gastar millones en propaganda, viáticos y otros recursos menos confesables, como la contratación de matones y la destrucción de honras-, siempre a cambio de ciertas prebendas si obtiene la victoria. Con frecuencia ni siquiera tiene que adelantarse; son los oligarcas nacionales y extranjeros quienes lo escogen por sus cualidades personales y públicas.
Convertido nuestro político en presidente de la República, o en congresista, o alcalde, o regidor, elegirá a dedo a ministros y asesores y repartirá el botín estatal entre sus allegados y padrinos. En estos días la gula monetaria y la grotesca egolatría de los políticos es exhibida por los medios de comunicación con obscena prolijidad ("noticia", le dicen), pero semejante "transparencia periodística" sólo sirve para insensibilizarnos ante esta clase de violencia, por no mencionar los paradigmas negativos que genera en las mentes más larvarias.
Desde luego, esta danza con Mefisto tiene un precio: el político tendrá que vender su alma y su cuerpo si en verdad anhela el éxito. La del político es una vida monstruosamente extrovertida, una mascarada interminable: todas sus palabras, sus gestos, sus fuerzas y su saber estarán orientados únicamente a la obtención del mayor poder posible. Toda idea, valor moral, obra de arte, libro y conocimiento académico serán estimables para él según su utilidad en la ascensión al poder. Toda relación con otros seres humanos será prescindible si las circunstancias lo exigen, aunque se trate de la propia familia (decía Nietzsche que el político divide a la humanidad en dos grupos: los enemigos y los instrumentos). A toda hora, de día y de noche, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, los votos luciferinos del político le exigirán hasta la última gota de su sangre para luchar por el poder, por su poder. Y, hay que decirlo, sólo perseveran en este camino quienes tienen una constitución especialmente resistente a la carencia de paz; diríase que son tipos escogidos desde el nacimiento para encarnar a ciertos demonios...
Mientras tanto, el pueblo de los países "tercermundistas" juega el papel de cadáver o caldo de cultivo donde proliferan las cepas de políticos, estadistas y demás organismos voraces; un caldo de cultivo que es preciso vigilar siempre para que no pierda sus propiedades nutritivas. Por eso las grandes mayorías de nuestra patria nunca deben librarse de la miseria real o inminente -y nos referimos tanto a la miseria económica como a la espiritual-, vastos sectores de población malvivirán eternamente en ciudades caóticas o en basurales, jamás habrán de gozar de atención médica pasable ni de pensiones decentes para jubilados, sudarán diez o doce horas al día para ganar unos cuantos centavos y no podrán escapar jamás de esa vida violenta y violada, truncada a golpes, sometida al hechizo embrutecedor de medios de comunicación cómplices. Los políticos medran gracias a esta hecatombe humana; todo lo que tienen que hacer es exacerbar las bajas pasiones de la muchedumbre, comprar votos con sacos de arroz o ropa barata (o con obras tardías publicadas como gran cosa y que sólo son la obligación de la autoridad), y asegurarse así la patente de corzo para los próximos años.
La condición del político deshonesto aquí expuesta es intemporal. Gente de esta ralea fueron todos los conquistadores, Mesías nacionales y caudillos militares o seudo-religiosos que no se detuvieron ante el clamor de cientos de miles de víctimas, por no hablar de millones, y que pese a su pompa oficial apenas eran energúmenos inteligentes. En su versión doméstica, son todos aquellos que con sólo firmar un papel condenan a la frustración y a una muerte lenta a muchísimas personas.
En cuanto al sistema que legitimiza al político, también hay algo que decir. Una opinión política no puede resumirse en unas pocas palabras, y mucho menos se reduce a una "X" sobre una cédula de votación. Una "X" era lo que ponían los indios norteamericanos en los contratos que legalizaban la expropiación de sus tierras. Esta falsa democracia, "abuso de la estadística" como la llamaba Borges, esta democracia que perenniza la esclavitud de las naciones desvalidas como el Perú y el aborregamiento del consumidor satisfecho en los países "primermundistas", es la excusa formal de la guerra sucia que libran unas cuantas cúpulas políticas tiránicas para amarrarse con las cúpulas financieras y militares. En el caso peruano, nosotros, los peatones, estamos obligados, bajo pena de multa y de pérdida de derechos ciudadanos, a dar nuestro visto bueno al festín de las hienas.
Pero, ¿no es todo esto una satanización de los políticos? ¡Claro que sí! Más que eso, es el reconocimiento de su antihumanidad puesta al servicio de un sistema que, en términos que emplearían Cristo y Wagner, ha renunciado al amor para ganar el dominio del mundo. La política es un indicador del grado de diabolización de una sociedad autófaga en la que oficinistas, obreros, amas de casa, militares, estudiantes y lumpen echan mano de trampas laborales, drogas, líos familiares, hipocresía, estupidez, balas, cuchillos, chismes, estafas, etcétera, para dañar al prójimo con tal de sentirse fuertes y seguros (Por cierto, conceptos como el diablo y el amor son símbolos ilustrativos para comprender racional y emocionalmente el fenómeno humano, que supera, aunque no nos guste, el examen aséptico y "objetivo").
La batalla política, pues, sólo favorece a los inmorales y a los megalómanos y se ha convertido en un fin de por sí, cuya máxima bendición es el poder. Pero si, como dijo algún griego, animales políticos son todos los ciudadanos con criterio suficiente, quizá la función de los políticos de carrera sea la de enseñarnos a hacer política sin partidos ni Estado tal como ahora se los entiende, porque la política actual en todo el mundo es la antítesis de los valores humanos. Cumplida su misión, estos señores podrían dedicarse a otra cosa o extinguirse en paz. Vale decir, los genuinos políticos, aquellos que saben que existe una oposición real y fecunda entre el poder y el amor, tendrían el deber de abogar por una elevación de la conciencia humana que conduzca a la desaparición de los políticos y de sus poderosísimos aliados.
En nombre de los millones condenados a vivir como muertos, en nombre de los millones que seguirán muriendo o degenerando si nada se hace, es tiempo de enarbolar esta bandera. Pero que no sea una de tantas banderas -todas han sido mancilladas por los políticos-, tampoco la elección del mal menor ni el sometimiento a un sistema podrido que recomienda más pudrición para sanar, sino un alarido espléndido y sincero, la voz incontable de la Regeneración del mundo.




-Este artículo fue escrito por PEDRO DIEZ CANSECO MUÑOZ (-Trujillo, 1970-. Estudió Antropología en la Universidad Nacional de Trujillo –UNT-. Es Licenciado en Medios Audiovisuales –UPN-. Ha recibido diversas distinciones y premios en concursos literarios.); antes que se pierda en la ruma de revistas de mi habitación, lo posteo por exigencia de un problemático atisbo crítico.














17 mayo 2007


APUNTES TRAS RAPIDA LECTURA DE LA REVISTA CARETAS (Ed.1976)


Después de leer la entrevista a César Hildebrandt, efectuada por Carlos Cabanillas para “Caretas”, a raíz de la presentación de su libro “La Cámara del Terror”, unas impetuosas memorias televisivas de César Hildebrandt, trato de rescatar y trasladar a mi presente, algunos de los hechos mas notorios de corrupción que se perpetraron durante la década infame de los años 90. Precisamente, uno de los fines de la publicación del libro es “recordarnos el fujimorismo. Recordarle a la gente cuán miserable fue ese gobierno, cuán repugnantes fueron sus voceros, y cómo envileció la democracia”. Recordarnos de cómo los medios de comunicación fueron “podridas por Montesinos, y acobardadas por sus intereses”.
Existe –por suerte- un descomunal y nada agradable material de casos de podredumbre en el cual estuvo inmerso la sociedad peruana a raíz de la degradación y ultraje de la Democracia, y de cómo los medios de comunicación participaron de manera activa abrazando esa causa. Si se quiere, a manera de reminiscencia para no ceder ante el olvido, lo que redactaré a continuación, será un humilde breviario, un breviario de esa podredumbre…

El rostro bifronte de la corrupción y el escándalo a lo largo de los años 90 tuvo en el Perú, un nombre: el fujimontesinismo. El ejercicio mafioso del poder, que subyugó a Jueces y Fiscales, que controló a la cúpula militar de aquel entonces, y a diversos parlamentarios –oficialistas y de simulada oposición-, además de alcaldes, periodistas, empresarios, artistas, deportistas, fuerzas vivas, y ciudadanos de toda índole, fue el sello distintivo de ese gobierno de facto, y que por suerte se dio a conocer gracias a la existencia de unos infamantes videos que el ex asesor presidencial Vladimiro Montesinos filmaba en secreto -mostrando los sobornos y las honras compradas- para fines extorsivos.
La difusión de uno de estos “vladivideos” el 14 de septiembre del 2000, propició la caída del régimen de Alberto Kenya Fujimori, quien dos meses después renunció desde el Japón a la Jefatura del Estado, al conocerse que su asesor tenía millonarias cuentas en Suiza. Los videos, abatidos como espada de Damocles contra sus propios gestores, involucraban, entre otros, a propietarios y directivos de medios de toda índole, los mismos que, en virtud de jugosas prebendas aparecían pactando con Montesinos en las cintas, con la finalidad de defender al régimen y la posterior e inconstitucional candidatura del ciudadano nipón Alberto Fujimori. Si lo permiten, voy a mencionar a algunos de estos inescrupulosos empresarios: Ernesto Shutz (de Panamericana Televisión, actualmente prófugo, con residencia en Ginebra), José Crousillat (de América Televisión, ya extraditado de la Argentina, y purgando su pena), Julio Vera (de Andina Televisión) Genaro Delgado Parker (de Red Global, sin condena y disfrutando sin culpa los favores que recibió), Eduardo Calmet del Solar (de Cable Canal Noticias y el Diario Expreso), Augusto Bresani (de los Diarios El Chino y la Chuchi), Samuel Winter (ex propietario de Frecuencia Latina) y los hermanos Wolfenson (de el diario La Razón, groseramente libres y aun vomitando en su periodiquito titulares gárrulos pergeñados por Montesinos). En realidad existen además, decenas, por no decir cientos y pecar de exagerados, de videos que involucran a periodistas, publicistas y conductores de programas de radio y televisión, seducidos y chantajeados al mismo tiempo por la omnipresencia del fujimorato. Estos videos, pues, revelaron el sistema instaurado por el gobierno fujimontesinista para controlar a los medios y a la prensa, sujetando de este modo el libre pensamiento y sacando de carrera a candidatos de oposición con posibilidades de ocupar el sillón presidencial, como fueron los casos del ex alcalde de Lima Alberto Andrade y del director del por ese entonces llamado Seguro Social, Luis Castañeda Lossio.

¿Cómo se pudo embobar y controlar a un pueblo? ¿Cómo un grupo corrupto y criminal pudo permanecer en el poder con el apoyo del pueblo?... El método sofisticado consistió en construir una realidad virtual, implantando y sosteniendo un escenario mendaz y colorido: el de los taimados titulares de los medios de comunicación. Por que no se trató solo de la televisión, que inventaba un país inexistente, un país prodigioso, a través de los propietarios de los canales de la televisión abierta y los conductores de programas de noticias y políticos; fue también la compra de los titulares, las primeras planas y las páginas centrales de los diarios “chicha”, diarios ultra amarillistas y más, destinados a la mayoría empobrecida del país, en los cuales se trataba de destruir la imagen y la honorabilidad de los escasos líderes intachables, de periodistas que no se plegaban a su tutela y sus maculadas dádivas, de imposibilitar que la oposición crezca ante la opinión pública e impedir que los ciudadanos y los jóvenes tengamos una imagen objetiva de la realidad.
Asimismo, a través de estos tabloides y pseudoprogramas televisivos se emprendió una campaña furiosa en contra del intelecto de la ciudadanía, atropellando flagrantemente todo vestigio de cultura y buen gusto con temas extremadamente chocantes que al decir de sociólogos comprados con unas cuantas monedas revelaban el gusto soterrado de nuestros segmentos de población eternamente postergados
El grado de manipulación de Vladimiro Montesinos y sus secuaces fue casi absoluto. La compra de los titulares de prensa, era la parte final de un proceso en el que intervenían desde los espías de los teléfonos intervenidos, los analistas del servicio de inteligencia, publicistas, periodistas, empresas dedicadas al estudio de la opinión pública y un importante grupo de directores y propietarios de medios que decidieron acrecentar su riqueza asociándose a medios ilícitos y cobrando dineros indebidos del Estado peruano. Es evidente que hubo un pensamiento, una inteligencia, una perversa estrategia y operadores crapulentos, para hacer realidad el sueño deplorable de toda dictadura siniestra: controlar a la gente sin que comprenda que es controlada; de someter al individuo mediante el control de su mente y la manipulación de sus deseos y su espíritu, pues, como escribí líneas atrás, junto a los titulares sangrientos y mentirosos encontrábamos a vedettes casi desnudas mostrando sus partes pudendas, mezclando política sucia con morbo sexual con el fin de controlar el poder. Controlar el poder ¿para qué? Simplemente con el fin de sustraer el dinero del Estado e imponer verticalmente una política económica neoliberal con la que se subastaba a los capitales con mayor capacidad de soborno –y con el cuento de que el Estado es pésimo administrador- las pocas industrias nacionales.
Cuando en Abril de 1992 el Presidente Fujimori dio el autogolpe, se inicio un proceso de intervención y copamiento de las instituciones del Estado. Inicialmente, el sector mas afectado fue el de Justicia. En aquel entonces, se nombró a una Comisión Ejecutiva para el Poder Judicial –Presidida por un alto oficial de la Marina de Guerra del Perú), y otra para el Ministerio Público. En los años siguientes fueron lentamente sustituidos funcionarios de justicia independientes por otros nombrados provisionalmente, quienes pagaron favores sometiéndose incondicionalmente a la causa gubernamental, terminando con la independencia del Poder Judicial. Este proceso, que se consolidó en el año 96 trajo como consecuencia la perdida de credibilidad total de la ciudadanía en la justicia. El sentimiento de inseguridad jurídica se generalizo en la población. La libertad con la que hasta ese entonces pudo desenvolverse medianamente la prensa, hizo que los periodistas pasaran a cumplir el rol fiscalizador que las instituciones del estado no cumplían y, a la vez, convertirse en los canalizadores de muchas de las quejas y denuncias de la ciudadanía. De alguna forma se buscaba compensar la falta de justicia o la poca esperanza en esta, con la denuncia. Adicionalmente, la corrupción y el accionar deplorable del SIN –que incluyeron espionaje telefónico contra políticos y periodistas, atentados y asesinatos incluso dentro de las propias filas del SIN (Leonor la Rosa) a aquellos agentes identificados como fuentes de prensa-, fueron materia de documentadas investigaciones periodísticas que minaron las relaciones entre el gobierno y la prensa.
Con el fin de evitar las investigaciones de prensa, el gobierno presionaba a los medios de comunicación a través de las empresas anunciantes con la amenaza de ser “visitados” por funcionarios de la temida Superintendencia Nacional de Administración Tributaria (SUNAT). Además amenazaban con retirar la publicidad estatal; en el año 99, para citar un ejemplo, entre enero y mayo, el estado, según la revista Caretas, aparecía como principal anunciador de los medios con 16 millones de dólares, seguido de lejos por una conocida empresa fabricante de cervezas, con una inversión de 6 millones de dólares.
Pero si esa amenazas no funcionaban, muchos periodistas de investigación de la prensa escrita y de la televisión, que indagaban la corrupción en el gobierno o la confabulación entre narcotraficantes y militares fueron intimidados con juicios por difamación, detenciones, arrestos domiciliarios, y en caso bien conocido, la revocación de la ciudadanía de un propietario de televisión con el fin de quitarle su canal por el solo delito de haber mostrado en su señal abierta de televisión documentos de inteligencia que eran destinados a hacer un seguimiento, entre otros periodistas, a los directores de los diarios “La Republica”, Gustavo Mohme, y el Comercio, Alejandro Miró Quesada.
Periodistas de estos dos diarios, del canal de televisión por cable Canal N, y de la revista “Caretas”, medios que no se plegaron a las demandas de Fujimori-Montesinos enfrentaron hostigamientos y acosos judiciales, primeras planas que los injuriaban e insultaban tratando de denigrarlos. Ángel Páez (de “La Republica”), Fernando Rospigliosi (de “Caretas”), José Arrieta (periodista de investigación de Frecuencia Latina), Cesar Hildebrandt, Cecilia Valenzuela entre otros, fueron blanco de ataques y descréditos por parte de la prensa adicta al régimen por el solo hecho de no coludirse con ellos.
Después de la aparición de los vladivideos, muchas denuncias sobre corrupción en la judicatura-la legislatura-y los medios-, torturas-secuestros y asesinatos perpetrados en cuarteles o en distintos puntos del país, en fraudes e incentivos tributarios, lavado de dinero, tráfico de armas, y compra de voluntades, reivindicaron a la prensa independiente y a quienes tuvieron la valentía de no someterse a la mafia y lucharon para que la honradez, la libertad y la decencia priven en el país.

El valor de los vladivideos, de estos materiales fílmicos, tienen un valor doble: son elementos inobjetables probatorios de la red delincuencial que gobernó el país durante diez largos y oscuros años; pero además, constituyen la base para empezar el saneamiento ético de la nación. Además, quizás sin quererlo –aquí quiero pecar de ingenuo-, denuncian ataques y amenazas por parte de gobiernos que emplean cada vez métodos más sutiles para amordazar a la prensa, como actualmente sucede de manera larvada en Venezuela o en la Argentina…
Se sabe, que cuando la libertad de prensa retrocede o padece restricciones no tardan en desmoronarse la convivencia democrática y el estado de derecho.

16 mayo 2007




CUSCO

Y EL CORPUS

CHRISTI




Actualmente no podemos negar la eficiencia y éxito de las políticas agrupadas bajo el rótulo de “extirpación de idolatrías”, ejecutadas por la curia católica en tiempos del virreinato. Pero, tampoco podemos ocultar que parte de la esencia de las religiosidades andinas se vigorizara pese a la desaparición de las burocracias religiosas indígenas y de los artefactos de sus rituales y ceremonias. Las religiones sobrevivieron clandestinamente refugiadas en la conciencia íntima del hombre andino y en una cosmovisión ligada, inevitablemente, a la naturaleza y a los ciclos vitales.
Sin embargo y con mucha frecuencia, estas religiones se fueron filtrando (y viceversa) en el aparato cultural promovido por el catolicismo, dando origen a un horizonte axiológico nuevo donde entrarían en contacto “elementos paganos” y las manifestaciones sacras impuestas como viables y legítimas. Ejemplo de ello son aquellos parajes donde ahora se adora a una cruz pero que bajo la misma perdura, en realidad, el culto a los apus, encarnados en las cumbres de las montañas, como tal es el caso del Señor del Q’oyllor Ritti. Ejemplo de ello es también el Corpus Christi cusqueño; procesión que en su organización repite viejos patrones incaicos del culto a los antepasados (las momias).
Este sincretismo, amalgamiento o hibridación, a simple vista, representa el triunfo del cristianismo; pero, hurgando un poco más la maraña de símbolos y ritos pertinentes, observamos la poderosa presencia de lo andino perviviendo como una fuerza no oficial en lo más hondo del inconciente y del imaginario colectivo de los peruanos. Surge, en el seno de estas coordenadas, el Corpus Christi cusqueño; bacanal que, para muchas mentes adscriptas a la cultura occidental, se aparta de una concepción de lo divino tenida como única e inalienable. De este modo, los estudiosos del rubro suelen encontrase con juicios de carácter subjetivo que en más de una ocasión escapan de la rigurosidad del método de las ciencias sociales. Teniendo en cuenta los preceptos religiosos imperantes (que rozan con frecuencia investigaciones de esta naturaleza) solemos encontrarnos con un mundo construido en base a silencio, dolor, temor, culpa, sumisión, etc., y donde lo tenido por correcto lejos de decantar de una convicción espiritualmente verdadera se infiere a partir de un hecho de violencia (la imposición). En este contexto no pocos tienden a desvirtuar aquello capaz de subvertir el ordenamiento de una hegemonía que entre sus diversos instrumentos de sometimiento, el religioso es uno de los más efectivos. Por esta razón, muchos visitantes creen percibir dentro de este ritual hechos emparentados más bien con el descontrol (baile, canto, bebida, fuegos artificiales, etc.) y no mucho con la austeridad predicada por el cristianismo. A estos, más de un entendido les podría replicar que, pese a la impregnación, el hombre quechua supo vivir aproximándose de una manera distinta al orden de lo divino (de lo vivificante); instancia que, lejos de cohibirlo o consternarlo, es desde siempre motivo de satisfacción, al saberse parte de un universo donde desarrolla un rol fundamental: el de obrar de nexo entre lo terreno y lo celeste.
El Corpus Christi cusqueño, celebrado 60 días después del Domingo de Resurrección, resulta una suerte de continuación de las fiestas incaicas y una fecha fundamental pues obra como clivaje entre el Q’oyllur Ritti (o de Cristo-Inkarri) y la del Inti Raymi. Esta procesión de santos y vírgenes de las parroquias del Cusco, convoca a miles de fieles año tras año. En la actualidad son 15 imágenes las que salen en andas labradas desde sus respectivas iglesias para hacer un recorrido por el perímetro de la Huacaypata o plaza principal de la ciudad imperial.
Reza la tradición que las andas de San Antonio Abad, San Jerónimo, San Sebastián, San Blas, Santiago Apóstol, San Cristóbal, Santa Bárbara, San pedro, Santa Ana, San José, de la Virgen de los Remedios, de la Virgen de la Almudena, de la Virgen Purificada, de la Viren de Belén y de la Linda de la Catedral, son colocadas desde el día anterior en las naves laterales de la Catedral. Pero, es la imagen de la Inmaculada Concepción de la Catedral la anfitriona de las imágenes que llegan un día antes con sus ropas de viajeros. Ella recibe el nombre de la Linda por su singular belleza y es la encargada de cerrar la procesión.


La fiesta se inicia propiamente cuando (luego de ataviar a vírgenes y santos con las prendas más bellas y con joyas valiosísimas) el domingo de Pentecostés, once días antes del Corpus, la Virgen de Belén deja su templo y, en hombros de los fieles, marcha a la iglesia de Santa Clara.1
El miércoles, la víspera del día central, las imágenes de muchas iglesias, inician a su vez el recorrido a Santa Clara, punto de encuentro de los íconos itinerantes. Desde ese lugar, a eso del medio día, arranca la procesión de entrada al Corpus. Cada creyente sigue a la imagen de su devoción que, en descomunal algarabía, es acompañada por los mayordomos, bandas de músicos, cuadrillas de danzarines y el tronar de las bombardas. Dos horas después, las imágenes ingresan una a una en la iglesia matriz, de donde saldrán al día siguiente para la procesión del Corpus y donde permanecerán a lo largo de una semana en la que serán visitadas por miles de creyentes.
El jueves, desde tempranas horas de la mañana, decenas de miles de personas se congregan en la plaza de armas para ver la procesión. Cerca del mediodía, el espectador tendrá a bien observar una impresionante carroza de plata –verdadera obra maestra de orfebrería- en cuyo templete ha sido colocada una custodia con la imagen del Santísimo Sacramento.
Luego de esta abigarrada procesión que combina un colorido deslumbrante con “una manera muy mundana de vivir la fe”, visitantes y lugareños podrán ir a la calle Plateros para deleitarse con el tan mentado chiriuchu o ají picante frío (potaje típico cuyo ingrediente principal es el cuy al horno acompañado de maíz tostado, cecinas, gallina frita, productos marinos como algas y hueveras de pescado, torrejas, salchicha y mondongo, dispuestos al modo de las ofrendas que los incas hacían a sus dioses), y comprar en la feria de frutas, productos procedentes de las zonas tropicales comercializados solo por esa ocasión, como el pacae, la caña de azúcar y las peruanísimas lúcuma y chirimoya.
Si el visitante se contagia del jolgorio de los lugareños, de seguro que beberá chicha de maíz o cerveza Cusqueña y no volverá a sus aposentos hasta bien entrada la noche, después de haber celebrado, a su medida, esa apoteosis de vida denominada Corpus Christi cusqueño
.

14 junio 2006







Qhapaq Ñan: las rutas del gran imperio




El camino de la sierra es cosa de ver, porque en verdad, en tierra tan fragosa, en la cristiandad no se han visto tan hermosos caminos, toda la mayor parte de la calzada. Todos los arroyos tienen puentes de piedra o de madera. En un río grande, que era muy caudaloso y muy grande, que pasamos dos veces, hallamos puentes de red, que es cosa maravillosa de ver. Pasamos por ellas los caballos…. En todos estos pueblos nos hicieron muy grandes fiestas e bailes”. -Párrafo extraído de una carta de Hernando Pizarro. –




En “Vistas de la Naturaleza”, una de las obras referenciales del naturalista Alexander Von Humboldt, el autor expresa su pasmo por la imponente red vial que nuestros antepasados construyeron durante cientos de años y que fuera durante el Imperio de los Incas un complejo sistema administrativo, de transportes y comunicaciones, así como un medio para delimitar las cuatro divisiones básicas del Tahuantinsuyo; “Ninguno de los caminos romanos que yo he visto en Italia, en Francia, ni en España, me parecieron mas impresionantes que esta obra de los peruanos antiguos; y el Camino Inca es aún mas extraordinario, porque, según mis cálculos barométricos, esta situado a una altitud de 4040 metros sobre el nivel del mar”, escribe.


Pedro de Cieza de León, el joven soldado-cronista que hacia el año 1550 con sus compañeros de armas transitara las rutas del vasto señorío que sus predecesores acababan de conquistar, extasiado, plasma en una de sus crónicas lo siguiente: “Una de las cosas de que yo mas me admiré contemplando y notando las cosas de este reino, fue pensar cómo y de qué manera se pudieron hacer caminos tan grandes y soberbios como por él vemos, y qué fuerzas de hombres bastaron a lo poder hacer, y con que herramientas e instrumentos pudieron allanar los montes y quebrantar las peñas, para hacerlos tan anchos y buenos, como están”… Y eso que el “príncipe de los cronistas” no lo vio todo ni en su mayor esplendor, porque para cuando el recorre esas magnificas vías, se encontraban postergadas y en franco deterioro, a raíz de la falta de mantenimiento y la desidia por parte de los conquistadores.


Se estima que en el tiempo de los Incas existía una vasta red caminera que se extendía a lo largo de 40.000 Km. de los cuales 23.000 Km. han sido ya registrados por sensatas indagaciones y exploraciones de arqueólogos e historiadores. Desde el Huacaypata -la Plaza Central del Q’osqo- salían cuatro caminos principales hacia los cuatro suyos del reino: Chinchaysuyo (Norte), Collasuyo (Sur), Antisuyo (Oeste), y se desplegaba a lo largo del Contisuyo enlazándose con los extensísimos caminos de la Costa y de la Sierra, las arterias cardinales del tejido caminero incásico. Huelga decir que el Qhapaq Ñan a manera de dos columnas vertebrales se extendía a lo largo del imperio articulándose con otros trayectos que a manera de vértebras lo cortaban en un sinnúmero de lugares: el Qhapaq Ñan andino unía Mendoza (Argentina) con Pasto (Colombia) en un trayecto de más 6.000 km.; mientras que la senda del Qhapaq Ñan costeño unía Tumbes con Concepción -el centro del actual Chile-. Esta monumental obra de ingeniería admirada por los españoles fue cimentada en su mayor parte durante el siglo XV, valiéndose de las redes construidas por culturas anteriores o paralelas, cuando el Tahuantinsuyo estuvo administrado por líderes que expandieron el territorio de manera vertiginosa. El iniciador de la tarea fue uno de los máximos precursores de la cultura andino peruana, el gigantesco Pachacutec (1400-1448). La continúo su hijo, el guerrero sagaz, gran navegante y descubridor de Oceanía, Tupac Inca Yupanqui (1448-1482) y, claro, no podría estar ajeno a este convite su nieto, el consolidador del Imperio, Huayna Cápac (1482-1529).


Los incas construyeron el Qhapaq Ñan o Inca ñan (Gran Camino o Camino Inca) para, a falta de animales de tiro y de carruajes, facilitar las complicaciones del viajante de a pie. Además, proporcionaba también a sus gobernantes un rápido flujo de información a través de sus chasquis –eficientes funcionarios del Sapa Inca, que eran portadores de quipus, de informes orales, de objetos de distinta índole, y encomiendas. En sus “Comentarios Reales”, Garcilaso Inca de la Vega cuenta que al Emperador Inca, establecido en el Q’osqo, le llegaba pescado fresco desde la costa, después de que los Chasquis cubrieran una distancia aproximada de 600 km. en condiciones adversas tales como la altura para trasponer la Cordillera de los Andes. En la costa sur del Perú, en la Quebrada de la Huaca aun se puede observar la ruta por el cual los chasquis transportaban pescado fresco desde el mar hasta la capital del Imperio.- En épocas de litigio con otros reinos, el Qhapaq Ñan servia como una espaciosa arteria para movilizar rápidamente grandes contingentes de tropas, vituallas y pertrechos de guerra desde distintos puntos del imperio establecidos en un sinnúmero de guarniciones.


Refieren las crónicas que los ingenieros y sabios imperiales, de acuerdo con la topografía y la importancia política o religiosa de los lugares por los cuales franqueaba el camino, tendían a cimentar las vías con técnicas adecuadas al medio geográfico y a las exigencias sociales, el Sapa Inca ordenaba y planificaba las diligencias necesarias para tal efecto, y sus miles de hombres trabajaban con la intención de que el camino perdurase. En los desiertos de la costa por ejemplo, las sendas estaban marcadas con hileras de piedras apostadas a corta distancia o por un cúmulo de guijarros y lascas de rocas a lo largo del itinerario con la finalidad de señalar la ruta. En los valles se construían luengos muros de tapial flanqueando la vía, con el propósito de proteger las chacras de las inmediaciones del camino.


Las rutas andinas demandaron en cambio una ingeniosa técnica constructiva para vencer las anfractuosidades geodésicas de la cordillera. Generalmente las rutas eran empedradas con canto rodado y tenían conductos en los flancos para escurrir el agua de la lluvia; se los adoquinaba con piedras para en cierta forma evitar que los aguaceros o la nieve los deteriorase, específicamente en los sectores altos del territorio (hay tramos que bordean los 5.000 m de altura). Cuando el camino era muy empinado se construían escalones zigzagueantes para vencer la pendiente; cuando había que vencer trechos de áreas anegadizas erigían caminos elevados, a uno o dos metros de la superficie. Cuando había que imponerse sobre tortuosas quebradas o los cruces de los ríos, los ejecutores salvaban estas eventualidades mediante la construcción de puentes colgantes - hechos con gruesos cabos de ichu (paja brava) o fibra de cabuya (agave americano)- o con troncos apoyados en rocas naturales o en sillares de albañilería, con tarabitas, o con la construcción de puentes de piedra. A lo largo del camino edificaban los denominados Tambos Reales, una suerte de alcázares con depósitos para alimentos llamados colcas, que además contaban con espacios de reunión y habitaciones para el personal permanente de servicio. A la par existían los chasqui-wasis, puntos de paso tipo postas, que eran usados por los caminantes y los chasquis, y una suerte de sitio de abastecimiento y descanso para los viajeros.


El Qhapac Ñan fue una especie de red que envolvía a todo el Imperio y sin dudarlo un símbolo del poder omnipresente del Estado. Era una enorme red troncal de vital importancia que los incas lograron convertir en un singular aparato estatal de comunicación, que además era construido y mantenido con el aporte local ordenado por los gobernados o el cacique. Tales caminos, dotados de drenajes, puentes, paredones de contención y defensa, terraplenes y escalones, llegaban a tener, en ciertos lugares del Qhapaq Ñan de la sierra, hasta 16 m de ancho. En lo atinente a la anchura de las vías este no era uniforme sino mas bien variable: en la Costa, usualmente de 3 a 4 m, y en la Sierra, generalmente de de 4 a 6 m. Cabe señalar que el empedrado de la vía serrana en los sectores occidentales de los Andes no es continuo, por no ser necesario, algo que en cambio sí ocurría en sus laderas orientales, cuya alta pluviosidad destruía fácilmente un camino no empedrado. Algunos pasos tenían doble calzada: una adobada y ancha, y otra afirmada y angosta; por una pasaba el Inca y su corte, y por la otra las provisiones y los ayudantes.


En consecuencia el sistema vial conocido como Qhapaq Ñan es tal vez la evidencia física más tangible de la consistencia y magnitud del Imperio Incaico y sin duda uno de los extraordinarios logros de la América precolombina; una red de caminos que se materializó sobre uno de los terrenos mas abruptos, difíciles e insólitos del mundo, lo que significo aguzar el ingenio, la destreza y la voluntad de sus constructores, permitiendo la integración de pueblos tan heterogéneos y de distintos estadios socio-culturales como lo fueron los yungas, huancas, chancas, yarowilcas, cuismancos, ishmas, chachapoyas, moches, aymaras, qollas, lupacas, collaguas, pukinas, tumpis, cayambes, chinchas, chiriguanas (guaraníes), chiribayas, cañaris, churajones y antis, -por solo citar algunos- a través del intercambio de diversos productos, la transmisión de nuevos valores culturales, el acceso a los diferentes santuarios incaicos y el desarrollo de prácticas comunes.


En su apogeo, el Imperio de los Hijos del Sol se extendía desde el nudo de Pasto hasta el sur de Talca; abarcaba pues, lo que hoy es el sur de Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Argentina y mas de la mitad de Chile. Fue a todas luces el mayor de los imperios que los españoles hallaron en América y en el cual vivían, de manera orgánica bajo la dirección de los cusqueños y su runa simi, mas de 15 millones de personas. Sus monumentales caminos llegaron a cubrir cinco de los más de siete mil kilómetros de largo que tiene la Cordillera de los Andes, uniendo su Señorío con una vasta red de caminos más extensa que la que tuvo el Imperio Romano.


En esta región de lo que fuera el Collasuyo podemos hallar restos mas o menos conservados de sus caminos en Salta, Jujuy, La Rioja, Tucumán, el norte de Córdoba (en la época del virreinato español se lo conoció como Camino Real) y en buena parte de los territorios montañosos de Mendoza. En el Perú, segmentos muy bien conservados de esos caminos se pueden apreciar aún en diversos sitios del territorio peruano; uno de ellos lo podemos encontrar a la altura del km. 88 de la vía férrea Cusco-Quillabamba, en donde se ubica el Qorihuairachina, el punto de inicio de uno de los recorridos de “trekking” más conocidos e imponentes del mundo.