POLÍTICOS DEL MUNDO…
“Entre dos males hay que negarse a aceptar el menor y proponer entonces un bien, pues desear el mal es de tontos y no ver el bien es de ciegos.” Noam Chomsky
Cuando cuestionamos a tal o cual político, cuando polemizamos con uno u otro ideario político, cuando decimos pertenecer a un partido político, no hacemos sino aceptar como "orden natural" un sistema que proclama la necesaria existencia de los políticos, las doctrinas y los partidos.
Ahora bien, si la política es la ciencia artesanal de guiar a una sociedad hacia el bienestar general, hacia un orden en el que todo individuo que lo desee pueda elevar su calidad humana, podría pensarse que cualquier ciudadano generoso y sensible, si posee la voluntad y energía suficientes, es apto para ingresar en el círculo político, articular esfuerzos y opiniones, alcanzar un cargo influyente y usar el poder para aplicar sus fórmulas de servicio a su comunidad. Pero el sistema político excluye y pervierte precisamente a esta clase de personas, es decir, a quienes tratan de no causar daño al semejante, a los que no emplearían medios ilegales ni inmorales (el distingo es justo porque lo legal suele ser inmoral y viceversa) para abrirse paso.
El resultado es un país como el Perú, administrado por un grupúsculo de trepadores, monomaniacos del poder, delincuentes de cuello blanco y profesionales envilecidos, indiferentes al sufrimiento de sus hermanos. Pero no seamos ilusos: en todos los países del mundo, sin excepción, se oficia este culto desaforado a las potencias materiales. La sensación de que el sistema político democrático es un fraude y de que el gobierno no representa realmente al pueblo existe incluso en EE.UU., donde, según el lingüista y activista contracultural Noam Chomsky, el 80% de la población suscribe esta opinión.
El político tradicional, si tiene pasta de "ideólogo" -y mucho mejor si en sus años mozos fue puro de intenciones-, comenzará por plasmar en el papel su particular diagnóstico socioeconómico y su receta para alcanzar la Gran Meta Altruista. Pero él sabe que, con el tiempo, irá desapasionándose, añadiendo reservas a su corazón y enmendaduras a un texto devenido en excusa lírica para conseguir poder. Al final sólo los ingenuos y los desesperados creerán en la doctrina original, o en los eslóganes (porque muy pocos leen). Y si alguno de estos es muerto por mantener su credo político, mucho mejor, porque la sangre santifica cualquier causa.
Una vez escrito su librito canónico, nuestro político, en compañía de dos o tres camaradas, diseñará su partido político, sus consignas, su jerarquía, su reglamento interno. Aglutinará a sus "bases populares" y escogerá a sus lugartenientes locales de entre los más fanáticos, aunque sean ambiciosos solapados, porque al principio jamás replicarán. Nótese desde ya la esencia dictatorial de nuestros partidos políticos "democráticos", tendencia colmada con el paulatino endiosamiento del líder.
Cuando el partido se haya robustecido lo suficiente tras algunas aventuras electorales y demostraciones de fuerza, el jefe "negociará" con esos mismos sectores sociales, industriales, sindicales o mafiosos a los que dice odiar cuando habla ante sus fieles, y transará el indispensable apoyo financiero para la campaña electoral definitiva -porque habrá que gastar millones en propaganda, viáticos y otros recursos menos confesables, como la contratación de matones y la destrucción de honras-, siempre a cambio de ciertas prebendas si obtiene la victoria. Con frecuencia ni siquiera tiene que adelantarse; son los oligarcas nacionales y extranjeros quienes lo escogen por sus cualidades personales y públicas.
Convertido nuestro político en presidente de la República, o en congresista, o alcalde, o regidor, elegirá a dedo a ministros y asesores y repartirá el botín estatal entre sus allegados y padrinos. En estos días la gula monetaria y la grotesca egolatría de los políticos es exhibida por los medios de comunicación con obscena prolijidad ("noticia", le dicen), pero semejante "transparencia periodística" sólo sirve para insensibilizarnos ante esta clase de violencia, por no mencionar los paradigmas negativos que genera en las mentes más larvarias.
Desde luego, esta danza con Mefisto tiene un precio: el político tendrá que vender su alma y su cuerpo si en verdad anhela el éxito. La del político es una vida monstruosamente extrovertida, una mascarada interminable: todas sus palabras, sus gestos, sus fuerzas y su saber estarán orientados únicamente a la obtención del mayor poder posible. Toda idea, valor moral, obra de arte, libro y conocimiento académico serán estimables para él según su utilidad en la ascensión al poder. Toda relación con otros seres humanos será prescindible si las circunstancias lo exigen, aunque se trate de la propia familia (decía Nietzsche que el político divide a la humanidad en dos grupos: los enemigos y los instrumentos). A toda hora, de día y de noche, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, los votos luciferinos del político le exigirán hasta la última gota de su sangre para luchar por el poder, por su poder. Y, hay que decirlo, sólo perseveran en este camino quienes tienen una constitución especialmente resistente a la carencia de paz; diríase que son tipos escogidos desde el nacimiento para encarnar a ciertos demonios...
Mientras tanto, el pueblo de los países "tercermundistas" juega el papel de cadáver o caldo de cultivo donde proliferan las cepas de políticos, estadistas y demás organismos voraces; un caldo de cultivo que es preciso vigilar siempre para que no pierda sus propiedades nutritivas. Por eso las grandes mayorías de nuestra patria nunca deben librarse de la miseria real o inminente -y nos referimos tanto a la miseria económica como a la espiritual-, vastos sectores de población malvivirán eternamente en ciudades caóticas o en basurales, jamás habrán de gozar de atención médica pasable ni de pensiones decentes para jubilados, sudarán diez o doce horas al día para ganar unos cuantos centavos y no podrán escapar jamás de esa vida violenta y violada, truncada a golpes, sometida al hechizo embrutecedor de medios de comunicación cómplices. Los políticos medran gracias a esta hecatombe humana; todo lo que tienen que hacer es exacerbar las bajas pasiones de la muchedumbre, comprar votos con sacos de arroz o ropa barata (o con obras tardías publicadas como gran cosa y que sólo son la obligación de la autoridad), y asegurarse así la patente de corzo para los próximos años.
La condición del político deshonesto aquí expuesta es intemporal. Gente de esta ralea fueron todos los conquistadores, Mesías nacionales y caudillos militares o seudo-religiosos que no se detuvieron ante el clamor de cientos de miles de víctimas, por no hablar de millones, y que pese a su pompa oficial apenas eran energúmenos inteligentes. En su versión doméstica, son todos aquellos que con sólo firmar un papel condenan a la frustración y a una muerte lenta a muchísimas personas.
En cuanto al sistema que legitimiza al político, también hay algo que decir. Una opinión política no puede resumirse en unas pocas palabras, y mucho menos se reduce a una "X" sobre una cédula de votación. Una "X" era lo que ponían los indios norteamericanos en los contratos que legalizaban la expropiación de sus tierras. Esta falsa democracia, "abuso de la estadística" como la llamaba Borges, esta democracia que perenniza la esclavitud de las naciones desvalidas como el Perú y el aborregamiento del consumidor satisfecho en los países "primermundistas", es la excusa formal de la guerra sucia que libran unas cuantas cúpulas políticas tiránicas para amarrarse con las cúpulas financieras y militares. En el caso peruano, nosotros, los peatones, estamos obligados, bajo pena de multa y de pérdida de derechos ciudadanos, a dar nuestro visto bueno al festín de las hienas.
Pero, ¿no es todo esto una satanización de los políticos? ¡Claro que sí! Más que eso, es el reconocimiento de su antihumanidad puesta al servicio de un sistema que, en términos que emplearían Cristo y Wagner, ha renunciado al amor para ganar el dominio del mundo. La política es un indicador del grado de diabolización de una sociedad autófaga en la que oficinistas, obreros, amas de casa, militares, estudiantes y lumpen echan mano de trampas laborales, drogas, líos familiares, hipocresía, estupidez, balas, cuchillos, chismes, estafas, etcétera, para dañar al prójimo con tal de sentirse fuertes y seguros (Por cierto, conceptos como el diablo y el amor son símbolos ilustrativos para comprender racional y emocionalmente el fenómeno humano, que supera, aunque no nos guste, el examen aséptico y "objetivo").
La batalla política, pues, sólo favorece a los inmorales y a los megalómanos y se ha convertido en un fin de por sí, cuya máxima bendición es el poder. Pero si, como dijo algún griego, animales políticos son todos los ciudadanos con criterio suficiente, quizá la función de los políticos de carrera sea la de enseñarnos a hacer política sin partidos ni Estado tal como ahora se los entiende, porque la política actual en todo el mundo es la antítesis de los valores humanos. Cumplida su misión, estos señores podrían dedicarse a otra cosa o extinguirse en paz. Vale decir, los genuinos políticos, aquellos que saben que existe una oposición real y fecunda entre el poder y el amor, tendrían el deber de abogar por una elevación de la conciencia humana que conduzca a la desaparición de los políticos y de sus poderosísimos aliados.
En nombre de los millones condenados a vivir como muertos, en nombre de los millones que seguirán muriendo o degenerando si nada se hace, es tiempo de enarbolar esta bandera. Pero que no sea una de tantas banderas -todas han sido mancilladas por los políticos-, tampoco la elección del mal menor ni el sometimiento a un sistema podrido que recomienda más pudrición para sanar, sino un alarido espléndido y sincero, la voz incontable de la Regeneración del mundo.
-Este artículo fue escrito por PEDRO DIEZ CANSECO MUÑOZ (-Trujillo, 1970-. Estudió Antropología en la Universidad Nacional de Trujillo –UNT-. Es Licenciado en Medios Audiovisuales –UPN-. Ha recibido diversas distinciones y premios en concursos literarios.); antes que se pierda en la ruma de revistas de mi habitación, lo posteo por exigencia de un problemático atisbo crítico.
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