16 mayo 2007




CUSCO

Y EL CORPUS

CHRISTI




Actualmente no podemos negar la eficiencia y éxito de las políticas agrupadas bajo el rótulo de “extirpación de idolatrías”, ejecutadas por la curia católica en tiempos del virreinato. Pero, tampoco podemos ocultar que parte de la esencia de las religiosidades andinas se vigorizara pese a la desaparición de las burocracias religiosas indígenas y de los artefactos de sus rituales y ceremonias. Las religiones sobrevivieron clandestinamente refugiadas en la conciencia íntima del hombre andino y en una cosmovisión ligada, inevitablemente, a la naturaleza y a los ciclos vitales.
Sin embargo y con mucha frecuencia, estas religiones se fueron filtrando (y viceversa) en el aparato cultural promovido por el catolicismo, dando origen a un horizonte axiológico nuevo donde entrarían en contacto “elementos paganos” y las manifestaciones sacras impuestas como viables y legítimas. Ejemplo de ello son aquellos parajes donde ahora se adora a una cruz pero que bajo la misma perdura, en realidad, el culto a los apus, encarnados en las cumbres de las montañas, como tal es el caso del Señor del Q’oyllor Ritti. Ejemplo de ello es también el Corpus Christi cusqueño; procesión que en su organización repite viejos patrones incaicos del culto a los antepasados (las momias).
Este sincretismo, amalgamiento o hibridación, a simple vista, representa el triunfo del cristianismo; pero, hurgando un poco más la maraña de símbolos y ritos pertinentes, observamos la poderosa presencia de lo andino perviviendo como una fuerza no oficial en lo más hondo del inconciente y del imaginario colectivo de los peruanos. Surge, en el seno de estas coordenadas, el Corpus Christi cusqueño; bacanal que, para muchas mentes adscriptas a la cultura occidental, se aparta de una concepción de lo divino tenida como única e inalienable. De este modo, los estudiosos del rubro suelen encontrase con juicios de carácter subjetivo que en más de una ocasión escapan de la rigurosidad del método de las ciencias sociales. Teniendo en cuenta los preceptos religiosos imperantes (que rozan con frecuencia investigaciones de esta naturaleza) solemos encontrarnos con un mundo construido en base a silencio, dolor, temor, culpa, sumisión, etc., y donde lo tenido por correcto lejos de decantar de una convicción espiritualmente verdadera se infiere a partir de un hecho de violencia (la imposición). En este contexto no pocos tienden a desvirtuar aquello capaz de subvertir el ordenamiento de una hegemonía que entre sus diversos instrumentos de sometimiento, el religioso es uno de los más efectivos. Por esta razón, muchos visitantes creen percibir dentro de este ritual hechos emparentados más bien con el descontrol (baile, canto, bebida, fuegos artificiales, etc.) y no mucho con la austeridad predicada por el cristianismo. A estos, más de un entendido les podría replicar que, pese a la impregnación, el hombre quechua supo vivir aproximándose de una manera distinta al orden de lo divino (de lo vivificante); instancia que, lejos de cohibirlo o consternarlo, es desde siempre motivo de satisfacción, al saberse parte de un universo donde desarrolla un rol fundamental: el de obrar de nexo entre lo terreno y lo celeste.
El Corpus Christi cusqueño, celebrado 60 días después del Domingo de Resurrección, resulta una suerte de continuación de las fiestas incaicas y una fecha fundamental pues obra como clivaje entre el Q’oyllur Ritti (o de Cristo-Inkarri) y la del Inti Raymi. Esta procesión de santos y vírgenes de las parroquias del Cusco, convoca a miles de fieles año tras año. En la actualidad son 15 imágenes las que salen en andas labradas desde sus respectivas iglesias para hacer un recorrido por el perímetro de la Huacaypata o plaza principal de la ciudad imperial.
Reza la tradición que las andas de San Antonio Abad, San Jerónimo, San Sebastián, San Blas, Santiago Apóstol, San Cristóbal, Santa Bárbara, San pedro, Santa Ana, San José, de la Virgen de los Remedios, de la Virgen de la Almudena, de la Virgen Purificada, de la Viren de Belén y de la Linda de la Catedral, son colocadas desde el día anterior en las naves laterales de la Catedral. Pero, es la imagen de la Inmaculada Concepción de la Catedral la anfitriona de las imágenes que llegan un día antes con sus ropas de viajeros. Ella recibe el nombre de la Linda por su singular belleza y es la encargada de cerrar la procesión.


La fiesta se inicia propiamente cuando (luego de ataviar a vírgenes y santos con las prendas más bellas y con joyas valiosísimas) el domingo de Pentecostés, once días antes del Corpus, la Virgen de Belén deja su templo y, en hombros de los fieles, marcha a la iglesia de Santa Clara.1
El miércoles, la víspera del día central, las imágenes de muchas iglesias, inician a su vez el recorrido a Santa Clara, punto de encuentro de los íconos itinerantes. Desde ese lugar, a eso del medio día, arranca la procesión de entrada al Corpus. Cada creyente sigue a la imagen de su devoción que, en descomunal algarabía, es acompañada por los mayordomos, bandas de músicos, cuadrillas de danzarines y el tronar de las bombardas. Dos horas después, las imágenes ingresan una a una en la iglesia matriz, de donde saldrán al día siguiente para la procesión del Corpus y donde permanecerán a lo largo de una semana en la que serán visitadas por miles de creyentes.
El jueves, desde tempranas horas de la mañana, decenas de miles de personas se congregan en la plaza de armas para ver la procesión. Cerca del mediodía, el espectador tendrá a bien observar una impresionante carroza de plata –verdadera obra maestra de orfebrería- en cuyo templete ha sido colocada una custodia con la imagen del Santísimo Sacramento.
Luego de esta abigarrada procesión que combina un colorido deslumbrante con “una manera muy mundana de vivir la fe”, visitantes y lugareños podrán ir a la calle Plateros para deleitarse con el tan mentado chiriuchu o ají picante frío (potaje típico cuyo ingrediente principal es el cuy al horno acompañado de maíz tostado, cecinas, gallina frita, productos marinos como algas y hueveras de pescado, torrejas, salchicha y mondongo, dispuestos al modo de las ofrendas que los incas hacían a sus dioses), y comprar en la feria de frutas, productos procedentes de las zonas tropicales comercializados solo por esa ocasión, como el pacae, la caña de azúcar y las peruanísimas lúcuma y chirimoya.
Si el visitante se contagia del jolgorio de los lugareños, de seguro que beberá chicha de maíz o cerveza Cusqueña y no volverá a sus aposentos hasta bien entrada la noche, después de haber celebrado, a su medida, esa apoteosis de vida denominada Corpus Christi cusqueño
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