29 setiembre 2007


Impresiones tras la lectura de un poema de Jaimes Garay

Hace algunos años, el año 1996 exactamente, el poeta Marco Martos publicó su “Leve Reino”, libro en el cual reunió su opus poético escrito desde el año 1965 al 1996. En una de sus páginas puede leerse un balbuceo mostrenco –no sé si es poema, anti poema, broma literaria, o patinada atroz- llamado “El poema de Sancho”, que a grandes rasgos y en cuatro líneas -si mi memoria no me traiciona, como Alan García a sus promesas electorales- reza más o menos así: “Brinca la tablita /que yo ya brinqué, /Brinca tu ahora / que yo me cansé…” Justo es reconocer que Marco Martos tiene muchos poemas memorables, además de varios cuentos que merecen no figurar en ninguna antología literaria; pero, al margen de sus virtudes, quiero rendir un homenaje a esta sima poética de Martos, escribiendo unas cursísimas estrofillas a continuación, remedando algunos trazos plasmados por -según él y sus socios del dizque Movimiento Literario Pillko- el ilustrísimo, brillantísimo, destacadísimo y magnánimo docente huamaliano llamado Jhon Isauro Jaimes Garay.
Ya que Isauro se anima a publicar lo suyo, me dije: ¿Por qué no publicar mi bodrio que demandó pocos minutos hacerlo, mi lábil mejunje de chingana que no necesitó iluminación de las musas, ni un trance especial -producido por unos tragos de san pedros o ayahuasca- ni mucho menos la lira del espíritu santo? Total, ¿qué pierdo, la vergüenza? -Pero si hay muchos desvergonzados que se alucinan poetas o dicen tener un don especial cuando en realidad lo que tienen es un caradurismo a prueba de bombas y un tufo monumental de majaderos desfachatados-. No soy poeta, no pierdo nada, aporto más bien con un chascarrillo a la historieta ultra marginal de la literatura, y ¡zas! –a lo Chavo- Se acabó y punto (como las letras del valse, pero dedicado a los poetastros) Claro. ¿Porque no?, me dije, y ¡zacate!
Nótese que en este cachivache poetastril hay palabras como anticucho, prestiños y folganzas; me excuso, reitero, no soy poeta; se que esta trastada es un Frankenstein anti-literario, pero bueno, que diablos, son estrofitas cándidas y mamonas que servirán como pasto para avivar el fuego del olvido; lo que espero es que no se apague en el intento –por las dudas, preparen kerosene-:

Anhelo poseer los cielos
para devastar sus soles
y transmutar en albas
sus cascajos y cenizas;

Y de las albas
erigir corazones o prestiños de mirtos
henchidos de voces
que te recuerden
a cada instante
Ciudad,
porque eres mi sol y mi luz
cuando vuelvo.

Tan pulcra y prístina, como las nacientes
del extenuado Huallaga,
en el yermo de mi tumba
añoro tus bálsamos
tu nez y nuestras folganzas,
tus áureos pies y tus vencidos responsos
bajo los adioses sin olvido…

Sin los crepúsculos de noviembre,
bajo el puente de una ciudad moribunda
allí, sin dientes, un cadáver quedó
como carcasa
renuente de soles y universos,

no pudo ser
ni alba, ni anticucho, ni corazón
porque llegó tarde como estas saudades
a su catacumba en llamas…

¡Oh! Dolor de la calma,
la Ciudad ya no es su sol ni su luz
es solo polvo, polvo y guijarros!
¡Oh! Dolor que desalma….

Quizá hubiese sido mejor “dolor que desangra”, pero –según me aconsejaron unos ebrísimos rapsodas del grupo irónico-antiliterario “Huallayco Vida”- peca por redundante y hastiada; a este sancochado, a este refrito lo voy a rotular “En el Día de los Muertos”; es un homenaje ramplón que brindo a Marco Martos, homenaje que se me ocurrió rendirle después de leer los “poemas sociales” (léase de manera cachacienta –con una sonrisa híper cachosa-) de Isauro, homenaje que le rindo de puro antojadizo y cabrón nomas (léase teniendo presente la primera acepción del término cabrón). Espero aportes y vuestras críticas acidas, urticantes, viperinas y sin miramientos, como un familiar de luto espera la autopsia de su deudo en la morgue. Café para todos, yo invito, y que algún devaluado dios lo pague.

28 setiembre 2007




El Shincal,
Ciudad Inmortal del Imperio Incaico
[1]


Llegar a Belén de noche es una suerte y una desgracia. Desgracia porque nos perdemos la contemplación primera del desierto, la llanura inmensurable y el viento. Una suerte, porque avanzamos en la oscuridad desentendidos de los rigores de los crudos inviernos y los sofocantes veranos para llegar a una ciudad toda verde, llena de vida y caras sonrientes.
Esperando descubrir el secreto de la ciudad inmortal, la fundada cinco veces, la Londres de Catamarca, me encontré una noche lluviosa munido de una carpa y un mapa en el centro mismo de Belén, una ciudad vecina. Entonces tuve el primer contacto con aquella cultura, descendiente directa de los bravos calchaquíes. De aquellos grupos de guerreros se recuerda su valor, su espíritu de lucha, sus grandes caciques: Juan Chelemin, Juan de Calchaquí y Pedro Chumay, quienes encabezaron un alzamiento, quizás el más importante y prolongado de que se tenga cuenta. Expulsando a los invasores de la ciudad de Londres en el año 1630, la resistencia los mantiene alejados por tres años, sucumbiendo luego ante el poder de fuego español, mucho mayor y moderno. Los grandes caciques fueron desmembrados y expuestos para escarmiento.
Todos estos recuerdos fluían en mi mente cuando conocí por vez primera la calidez de los habitantes de la zona, mi pobre carpa de mochilero jamás salió de su saco, espontáneamente recibí invitaciones para alojarme en casas particulares de gente que luego sirvió de guía en mis recorridos.
La ciudad de Londres recibe su nombre como fruto de un homenaje que le rinde el fundador a las nupcias de Felipe II con María Tudor en 1558. Pensada como un eje entre Santiago del Estero y Chile, Juan Pérez de Zurita funda, cuando no, una ciudad ya existente.
Fue en 1470 cuando da inicio en el lugar la construcción de la capital incaica que formaba parte de la avanzada del Imperio del Tawantinsuyo en territorio calchaquí. De arquitectura semejante a otras existentes en el Cusco, El Shincal toma su nombre de los Shinqui, especie de arbusto de la zona.
Muchos datos cargaba en mi imaginario pero aun faltaba el contacto real con las ruinas. Luego de una breve caminata por calles de tierra y arena, plagada de flores silvestres encontramos el rastro del antiguo centro administrativo. Entonces todo cuanto sabía quedo olvidado, la sorpresa, la fascinación, todo era poco ante el espectáculo de las ruinas del Shincal.
Dos morros o colinas de unos 25 metros de alto, elevados de su altura natural artificialmente custodian el centro cívico. Frente a lo que fuera la plaza de armas, el morro principal con una escalinata de más de cien peldaños nos conecta con una plataforma dedicada seguramente al culto de Inti.
Un acueducto de tres kilómetros de longitud acercaba las aguas del río Quimivil, los almacenes acopiaban los frutos de la zona y en el centro de la ciudad, el Ushnu, o trono, el más grande al sur del Cusco y residencia del Curaca o gobernador, que allí sentado presidía ferias, desfiles militares y recuas de llamas cargadas de metales rumbo a la capital del Imperio.
Centro administrativo y de culto, espacio de redistribución de bienes, capital de una provincia del imperio, El Shincal brillo por 60 años. Nacido del movimiento expansivo que propicia el Inca Pachacútec, es Tupác Inka Yupanqui quien en 1471 domina a los diaguitas y calchaquíes, organizando la explotación de las minas de oro, plata, cobre y estaño, a tan solo una jornada de El Shincal.
Es allí donde Zurita funda Londres, de allí lo corre el levantamiento de Juan Chelemín en 1636, obligando a una nueva fundación de Londres.
La gesta de Chelemín duro tres años. Desde entonces y hasta su descubrimiento en 1901 el silencio, el monte de shinquis y el olvido fue todo lo que quedó del antiguo esplendor. El recorrido casi fantástico por las ruinas nos obliga a pensar en la también casi fantástica caída del Incario, vasto y poderoso imperio.
Es fácil confundirse ante estas cuestiones. Pero con solo caminar por las calles de Londres y Belén actuales podemos encontrar un poco de luz en estas cavilaciones. La gente, que día a día afronta el recio sol con sus rostros cobrizos, con sus usutas de factura casera nos señala algunas respuestas. Nos susurra la memoria viva de las antiguas glorias y el orgullo y la esperanza del presente.




[1] El Shincal se encuentra a 6 kilómetros de la ciudad de Londres, a 9 de Belén que es la cabeza departamental y a 300 de San Fernando del Valle de Catamarca, Argentina.


POLÍTICOS DEL MUNDO…

“Entre dos males hay que negarse a aceptar el menor y proponer entonces un bien, pues desear el mal es de tontos y no ver el bien es de ciegos.” Noam Chomsky

Cuando cuestionamos a tal o cual político, cuando polemizamos con uno u otro ideario político, cuando decimos pertenecer a un partido político, no hacemos sino aceptar como "orden natural" un sistema que proclama la necesaria existencia de los políticos, las doctrinas y los partidos.
Ahora bien, si la política es la ciencia artesanal de guiar a una sociedad hacia el bienestar general, hacia un orden en el que todo individuo que lo desee pueda elevar su calidad humana, podría pensarse que cualquier ciudadano generoso y sensible, si posee la voluntad y energía suficientes, es apto para ingresar en el círculo político, articular esfuerzos y opiniones, alcanzar un cargo influyente y usar el poder para aplicar sus fórmulas de servicio a su comunidad. Pero el sistema político excluye y pervierte precisamente a esta clase de personas, es decir, a quienes tratan de no causar daño al semejante, a los que no emplearían medios ilegales ni inmorales (el distingo es justo porque lo legal suele ser inmoral y viceversa) para abrirse paso.
El resultado es un país como el Perú, administrado por un grupúsculo de trepadores, monomaniacos del poder, delincuentes de cuello blanco y profesionales envilecidos, indiferentes al sufrimiento de sus hermanos. Pero no seamos ilusos: en todos los países del mundo, sin excepción, se oficia este culto desaforado a las potencias materiales. La sensación de que el sistema político democrático es un fraude y de que el gobierno no representa realmente al pueblo existe incluso en EE.UU., donde, según el lingüista y activista contracultural Noam Chomsky, el 80% de la población suscribe esta opinión.
El político tradicional, si tiene pasta de "ideólogo" -y mucho mejor si en sus años mozos fue puro de intenciones-, comenzará por plasmar en el papel su particular diagnóstico socioeconómico y su receta para alcanzar la Gran Meta Altruista. Pero él sabe que, con el tiempo, irá desapasionándose, añadiendo reservas a su corazón y enmendaduras a un texto devenido en excusa lírica para conseguir poder. Al final sólo los ingenuos y los desesperados creerán en la doctrina original, o en los eslóganes (porque muy pocos leen). Y si alguno de estos es muerto por mantener su credo político, mucho mejor, porque la sangre santifica cualquier causa.
Una vez escrito su librito canónico, nuestro político, en compañía de dos o tres camaradas, diseñará su partido político, sus consignas, su jerarquía, su reglamento interno. Aglutinará a sus "bases populares" y escogerá a sus lugartenientes locales de entre los más fanáticos, aunque sean ambiciosos solapados, porque al principio jamás replicarán. Nótese desde ya la esencia dictatorial de nuestros partidos políticos "democráticos", tendencia colmada con el paulatino endiosamiento del líder.
Cuando el partido se haya robustecido lo suficiente tras algunas aventuras electorales y demostraciones de fuerza, el jefe "negociará" con esos mismos sectores sociales, industriales, sindicales o mafiosos a los que dice odiar cuando habla ante sus fieles, y transará el indispensable apoyo financiero para la campaña electoral definitiva -porque habrá que gastar millones en propaganda, viáticos y otros recursos menos confesables, como la contratación de matones y la destrucción de honras-, siempre a cambio de ciertas prebendas si obtiene la victoria. Con frecuencia ni siquiera tiene que adelantarse; son los oligarcas nacionales y extranjeros quienes lo escogen por sus cualidades personales y públicas.
Convertido nuestro político en presidente de la República, o en congresista, o alcalde, o regidor, elegirá a dedo a ministros y asesores y repartirá el botín estatal entre sus allegados y padrinos. En estos días la gula monetaria y la grotesca egolatría de los políticos es exhibida por los medios de comunicación con obscena prolijidad ("noticia", le dicen), pero semejante "transparencia periodística" sólo sirve para insensibilizarnos ante esta clase de violencia, por no mencionar los paradigmas negativos que genera en las mentes más larvarias.
Desde luego, esta danza con Mefisto tiene un precio: el político tendrá que vender su alma y su cuerpo si en verdad anhela el éxito. La del político es una vida monstruosamente extrovertida, una mascarada interminable: todas sus palabras, sus gestos, sus fuerzas y su saber estarán orientados únicamente a la obtención del mayor poder posible. Toda idea, valor moral, obra de arte, libro y conocimiento académico serán estimables para él según su utilidad en la ascensión al poder. Toda relación con otros seres humanos será prescindible si las circunstancias lo exigen, aunque se trate de la propia familia (decía Nietzsche que el político divide a la humanidad en dos grupos: los enemigos y los instrumentos). A toda hora, de día y de noche, en la salud y la enfermedad, en la riqueza y la pobreza, los votos luciferinos del político le exigirán hasta la última gota de su sangre para luchar por el poder, por su poder. Y, hay que decirlo, sólo perseveran en este camino quienes tienen una constitución especialmente resistente a la carencia de paz; diríase que son tipos escogidos desde el nacimiento para encarnar a ciertos demonios...
Mientras tanto, el pueblo de los países "tercermundistas" juega el papel de cadáver o caldo de cultivo donde proliferan las cepas de políticos, estadistas y demás organismos voraces; un caldo de cultivo que es preciso vigilar siempre para que no pierda sus propiedades nutritivas. Por eso las grandes mayorías de nuestra patria nunca deben librarse de la miseria real o inminente -y nos referimos tanto a la miseria económica como a la espiritual-, vastos sectores de población malvivirán eternamente en ciudades caóticas o en basurales, jamás habrán de gozar de atención médica pasable ni de pensiones decentes para jubilados, sudarán diez o doce horas al día para ganar unos cuantos centavos y no podrán escapar jamás de esa vida violenta y violada, truncada a golpes, sometida al hechizo embrutecedor de medios de comunicación cómplices. Los políticos medran gracias a esta hecatombe humana; todo lo que tienen que hacer es exacerbar las bajas pasiones de la muchedumbre, comprar votos con sacos de arroz o ropa barata (o con obras tardías publicadas como gran cosa y que sólo son la obligación de la autoridad), y asegurarse así la patente de corzo para los próximos años.
La condición del político deshonesto aquí expuesta es intemporal. Gente de esta ralea fueron todos los conquistadores, Mesías nacionales y caudillos militares o seudo-religiosos que no se detuvieron ante el clamor de cientos de miles de víctimas, por no hablar de millones, y que pese a su pompa oficial apenas eran energúmenos inteligentes. En su versión doméstica, son todos aquellos que con sólo firmar un papel condenan a la frustración y a una muerte lenta a muchísimas personas.
En cuanto al sistema que legitimiza al político, también hay algo que decir. Una opinión política no puede resumirse en unas pocas palabras, y mucho menos se reduce a una "X" sobre una cédula de votación. Una "X" era lo que ponían los indios norteamericanos en los contratos que legalizaban la expropiación de sus tierras. Esta falsa democracia, "abuso de la estadística" como la llamaba Borges, esta democracia que perenniza la esclavitud de las naciones desvalidas como el Perú y el aborregamiento del consumidor satisfecho en los países "primermundistas", es la excusa formal de la guerra sucia que libran unas cuantas cúpulas políticas tiránicas para amarrarse con las cúpulas financieras y militares. En el caso peruano, nosotros, los peatones, estamos obligados, bajo pena de multa y de pérdida de derechos ciudadanos, a dar nuestro visto bueno al festín de las hienas.
Pero, ¿no es todo esto una satanización de los políticos? ¡Claro que sí! Más que eso, es el reconocimiento de su antihumanidad puesta al servicio de un sistema que, en términos que emplearían Cristo y Wagner, ha renunciado al amor para ganar el dominio del mundo. La política es un indicador del grado de diabolización de una sociedad autófaga en la que oficinistas, obreros, amas de casa, militares, estudiantes y lumpen echan mano de trampas laborales, drogas, líos familiares, hipocresía, estupidez, balas, cuchillos, chismes, estafas, etcétera, para dañar al prójimo con tal de sentirse fuertes y seguros (Por cierto, conceptos como el diablo y el amor son símbolos ilustrativos para comprender racional y emocionalmente el fenómeno humano, que supera, aunque no nos guste, el examen aséptico y "objetivo").
La batalla política, pues, sólo favorece a los inmorales y a los megalómanos y se ha convertido en un fin de por sí, cuya máxima bendición es el poder. Pero si, como dijo algún griego, animales políticos son todos los ciudadanos con criterio suficiente, quizá la función de los políticos de carrera sea la de enseñarnos a hacer política sin partidos ni Estado tal como ahora se los entiende, porque la política actual en todo el mundo es la antítesis de los valores humanos. Cumplida su misión, estos señores podrían dedicarse a otra cosa o extinguirse en paz. Vale decir, los genuinos políticos, aquellos que saben que existe una oposición real y fecunda entre el poder y el amor, tendrían el deber de abogar por una elevación de la conciencia humana que conduzca a la desaparición de los políticos y de sus poderosísimos aliados.
En nombre de los millones condenados a vivir como muertos, en nombre de los millones que seguirán muriendo o degenerando si nada se hace, es tiempo de enarbolar esta bandera. Pero que no sea una de tantas banderas -todas han sido mancilladas por los políticos-, tampoco la elección del mal menor ni el sometimiento a un sistema podrido que recomienda más pudrición para sanar, sino un alarido espléndido y sincero, la voz incontable de la Regeneración del mundo.




-Este artículo fue escrito por PEDRO DIEZ CANSECO MUÑOZ (-Trujillo, 1970-. Estudió Antropología en la Universidad Nacional de Trujillo –UNT-. Es Licenciado en Medios Audiovisuales –UPN-. Ha recibido diversas distinciones y premios en concursos literarios.); antes que se pierda en la ruma de revistas de mi habitación, lo posteo por exigencia de un problemático atisbo crítico.