Me va ganando el desgano en estas semanas de tedio y de té. Nada parece tener importancia, nada logra despertar mi atención, o casi nada. Como un animal que agoniza, mis ojos tienen el brillo turbio y mortecino que confiere el saber que aquél momento no querido esta por ocurrir. Si llegase ahora, no me inquietaría demasiado, solo, solo que tal vez partiría dejando algunos asuntos pendientes, unos negocios por resolver... En días como estos –grises, ríspidos, agostados y asfixiantes- para escapar de la monotonía y la repulsa al cual me engarruño, me dejo atrapar por las evocaciones de algunos paisajes que alguna vez habité. Lentamente, las imágenes se vuelven nítidas, mas profusas y llenas de vida, ya que rememoro con fruición los paisajes de mi infancia, aquellos años en los cuales fui intensamente feliz (no es que ahora sea un maldito desdichado, solo que tal vez mi capacidad de disfrute haya sufrido una merma por el paso de los años); atrapo minutos, fragmentos de felicidad que surgieron del regazo y de los brazos de mi madre, mujer cuyo amor inmensurable y primigenio disfruté como pocos; sus ojos, sus manos, su boca, eran fraguas y usinas de afecto y dulzura; la armonía de su voz y su ¡pero, hijos! son derroteros que aún hoy me contienen, son lazos que aun me atan a la vida y a sus embrollos....
Pero ahora, sin perseguirlo, partiré rumbo a otra digresión, a la posible causa del quebranto de mi demacrada atención –que por ahora no tiene cura-... Si bien es cierto que aún poseo una conciencia en franca ebullición, en motín extravagante, parecía que hasta hace poco nada estaba bien para Zita (permítanme hablarles de ella)... Ella siempre fue honesta, sin medias tintas, sin aspavientos. Para Zita se era o no revoltoso, se tenía o no conciencia social. Y lo mejor, es que lo expresaba de manera tan firme y convencida, y con cierto candor, que la hacía verse fatal.
-Me enseñaron a tomar siempre una decisión, Richard, no se debe andar con vueltas...
Pero ahora, sin perseguirlo, partiré rumbo a otra digresión, a la posible causa del quebranto de mi demacrada atención –que por ahora no tiene cura-... Si bien es cierto que aún poseo una conciencia en franca ebullición, en motín extravagante, parecía que hasta hace poco nada estaba bien para Zita (permítanme hablarles de ella)... Ella siempre fue honesta, sin medias tintas, sin aspavientos. Para Zita se era o no revoltoso, se tenía o no conciencia social. Y lo mejor, es que lo expresaba de manera tan firme y convencida, y con cierto candor, que la hacía verse fatal.
-Me enseñaron a tomar siempre una decisión, Richard, no se debe andar con vueltas...
-Ya lo creo Zita, eres mágica y especial, recuerdo haberle dicho, mirándole a los ojos, cuando cierta tarde de otoño caía desangrándose bajo el tajo voraz de la noche; fue un encuentro oportuno, ya que después de conversar y beber varios tragos de fernet con coca cola, nos dimos unos besos antes de marcharnos del pub. Salimos a caminar... Caminabamos zigzagueando las calles, hablando de Miles Davis, Córtazar, Nureyev, De Chirico y Mariátegui, hablamos también de nosotros y de algunas cosas cotidianas. Tenía una mente vivaz, ágil, resuelta para relacionar ideas, y, su humor ácido fue lo que mas disfruté. La amé desde ese día. Zita, Zita... La amé por que tenía una fuerza interior que la volvía vigorosa, en contraste con la fragilidad de su contextura. A primera vista, no llamaba tanto la atención, a pesar de sus ojos encastrados como esmeraldas en su rostro y de sus labios que pendían como purpúreos lienzos de seda en su faz. Tuvo, y tendrá, cierto hechizo, y una apostura singular... “Después de conocerla nunca la olvidarás”, me dijo Renata, una amiga suya. ¡Y cuan cierto fue! No logré olvidarla, no podría... ¿Hace cuanto se marchó?…Pensé que los días, el áspero alcohol, los libros de mis anaqueles, los labios de otras mujeres, me ayudarían a aliviar el dolor que produjo su partida, esta dolencia intensísima que sin querer me legó, y unos vacíos imposibles de llenar... No la he olvidado, no... Ya no podremos deambular en las verdes campiñas de Huánuco del cual siempre hablábamos, ya no podremos caminar juntos sus callecitas angostas pobladas de tradición y melancolía que ella prometió conocer, ya no oficiaré de cicerone en las ruinas de Shillacoto, de Kotosh, de Garú, o en la casa de la Perricholi... Ya no será posible comer locro de gallina en alguna chingana o en un restaurante regional... Me hubiese gustado bailar con ella en la cofradía de Miguel Guerra, conocer a Virgilio López Calderón, beber “Shinguirito” o “Shacta Souer” en la compañía de Julio Falcón, Cinicio López, Andrés Cloud y Norberto Walt... Hay tantos sueños que quedaron truncos que, relegarla, olvidarla se hace imposible. “No la olvidarás”, me dijo Renata y –repito- cuan cierto fue, la llevaré conmigo aún cuando ya nadie en la tierra recuerde que existí alguna vez...
Rememoro el brillo en sus ojos cuando discutíamos sobre Kelsen, Freud y Foucault, era, era como si estuviese en un banquete; se relamía discretamente los labios, se desordenaba los rulos con el dedo índice, naturalmente, y como quien no quiere la cosa se dejaba llevar por los sabores y aromas de los "platos" servidos en mesa; era una gula bendita para ella hablar sobre ellos, de sus interpretaciones particulares, ah! era divina... Zita, aun te hablo como si estuvieses aquí, como si no hubiese ocurrido aquél accidente fatal… Zita, hay un verso de Pessoa que quiero asociarlo contigo, con tu partida: “Entre yo y la vida (Zita) hay un vidrio tenue. Por más nítidamente que yo vea y comprenda la vida, yo no la puedo tocar”.... Zita, me va ganando el desgano, y nada parece tener importancia sin ti, nada, nada Zita... A lo Pessoa, siento que “la vida es como si me golpeasen con ella”.