LOS NEGRITOS DE HUANUCO
Nadie concibe a Huánuco sin la danza de los negritos, un baile que por el transcurso y sostén de los años adquirió la cualidad de símbolo de la identidad huanuqueña. Si bien es cierto que esta estampa folklórica es fruto del coloniaje, resulta difícil precisar cronológicamente la fecha exacta de su origen ya que no hay una posición unitaria al respecto; lo que reseñaré –para evitar todo ese fárrago de información poco consensuada- es que este baile se institucionaliza –según la creencia vernacular- tiempo después de conocido el Decreto promulgado en diciembre de 1854 por Don Ramón Castilla y Marquesado que otorgó la libertad a los negros esclavos traídos al Perú desde Cafre y otros pueblos del África para trabajar en las haciendas de la costa y de las yungas peruanas, las minas de Cerro de Pasco, Lampa y Huancavelica –entre otros- y en los conventos religiosos diseminados a lo largo del Virreinato . A partir de esa fecha, fusionada por su cercanía con los fastos de la navidad, las cofradías de negritos –que hasta entonces solo danzaban en los galpones y en los patios de las casonas de los hacendados- hicieron su aparición en las calles de la ciudad al son del bombo, bailando y bebiendo shacta o shinguirito –aguardiente de Vichaycoto y Quicacán- y visitando los nacimientos, iglesias, capillas y residencias de los referentes de la localidad. Esta variante regional vinculada a la historia y los personajes locales de Huánuco, está íntimamente ligada a otras danzas practicadas en el país como las de los Negritos de Viso en Cerro de Pasco, los Negritos de Huarochirí en Lima, los Qapaq Negro de Paucartambo-Cusco, o la Morenada en el Altiplano peruano, por solo citar unas cuantas. Todas germinaron en la época colonial bajo la hegemonía de la cultura occidental y cristiana y fueron desplegadas de manera efectiva a través de la Iglesia Católica, ya que entre otras acciones, en la Navidad y la Bajada de Reyes se festejaba en sus predios -con danzas y música-, la incorporación de nuevos cristianos. Las máscaras de color negro, los pasos pausados, las largas cadenas, campanillas, cascabeles y matracas son algunos de los rasgos comunes de las danzas citadas anteriormente. Sus peculiaridades o la singularidad de estas manifestaciones artísticas radica en el hecho de que tanto las poblaciones de procedencia africana como las nativas las gestaron al margen de la preponderancia política española, dotándolas de una personalidad cultural nueva, transformando las danzas y la música hispanas en algo cuyo carácter e identidad es a la fecha, resumen de la presencia conflictiva y aporte del acervo musical-costumbrista de tres culturas: la española, la africana y la indígena.
Volviendo al tema que nos atañe, la “Danza De Los Negritos”, es tal vez el más vistoso ballet del folklore peruano, uno de los más populares y característicos bailes de la región central del país. Sus treinta y seis integrantes que, muñidos de coloridos y lujosos atuendos, bailan al compás del bombo, tarolas y una banda de metales, prodigan con su coreografía y anclaje en la tradición, una de las viñetas culturales más significativas que tiene el departamento de Huánuco. Dando dos pasos adelante y una atrás, los danzarines recorren la ciudad, del 25 de diciembre al 18 de enero, en un itinerario signado por el ambiente navideño del momento. Dos caporales o jefes mayores, con cotones bordados con hilos de oro y plata, cuentas de cristal, campanillas y lentejuelas, señalan al resto de la cuadrilla las mudanzas, los pasos, firuletes, quiebres o coreografías a seguir por los veinticuatro negritos pampa entre los cuales se cuentan a sus cuatro guiadores. “El Tirabuzón”, “El Saludo”, “El Perdón”, “La Cruz” son los nombres de las principales mudanzas que los caporales ejecutan, rememorando de este manera, los modos de ser y actuar que tenían los esclavos en tiempos de la colonia. Estas mudanzas no solo contemplan alegrías y congojas, sino también los sueños y ansias de libertad, desvirtuados, indudablemente, por los dictados y pretensiones de los castellanos, en las duras jornadas agrícolas de antaño.
Otros personajes que se suman mucho después a la estampa, son los Corrochanos, representación jovial e irónica, institucionalizada como una suerte de mofa a don Fermín García Gorrochano, barbero, descendiente de hidalgos españoles; un cascarrabias a ultranza y hombre de pocas pulgas si de chiquillos se trataba. Cuando un chiuche berreaba o jugueteaba cerca de la barbería –cuentan los viejos-, el susodicho señor salía, látigo en mano, a enseñar respeto, compostura y buenos modales a los mocosos. Cuando éstos se hicieron jóvenes, al aparecer los danzantes en navidad, no tuvieron mejor idea que disfrazarse de Gorrochano y asustar a los niños a medida que los danzantes avanzaban a paso templado por las calles. Más allá del dato anecdótico, en la actualidad, los Corrochanos son personajes que representan, según la enriquecida usanza, a los caballeros españoles, pero, con un aire bufonesco.
Danzando al ritmo de las seis o siete variantes musicales propias del baile, y que la orquesta ejecuta con profusas ganas y tesón, los negritos, como una forma de materializar los antiguos sueños de libertad, pasan por las arterias principales de Huánuco, compartiendo su algarabía con el público presente, adorando al niño Jesús, brindando con shinguirito, degustando ese plato humilde pero pantagruélico (y exquisitísimo) llamado Locro de Gallina, cuyo efecto no sería el mismo, si no es debidamente preludiado con un platazo de Picante de Queso y acompañado luego, como para endulzar el paladar, con una generosa ración de picarones o unos bocados de prestiños.
El turco y la dama son otros dos protagonistas dignos de tenerse en cuenta. El rol de los mismos sería el de filibusteros, es decir de aquéllos mercaderes sin escrúpulos que, exentos de toda culpa y vergüenza, tras subastar a los negros en los galpones de las haciendas, se solazaban, cínicamente, en un festejo que, en realidad, poco les importaba. Ellos, mientras danza la cuadrilla, presuntuosos, socarrones y doblemente ufanos, como si fuesen en realidad los benefactores de la fiesta, se pasean de un extremo a otro, tomándose de los brazos.
Finalmente, los abanderados, son los encargados de llevar en alto las banderas peruana y argentina, incorporándoselos a la danza, con el objeto de perennizar los valores de la independencia peruana y como un homenaje al esfuerzo decidido de los hijos de ambas naciones.
Los Negritos de Huánuco, es, sin temor a dudas, la danza de mayor calidad artística con la cual desde niños nos regocijamos los nacidos en estos parajes. ¿Quién no tarareó alguna vez de pequeño el chin-cata chin-cata chin-chin chin-cata… y remedó los pasos de algún caporal o negrito al son de estos compases?¿Quien no los siguió cuadras y cuadras para verlos danzar en cada parada y escuchar el ruido de los fuegos artificiales, el sonido agreste de las matracas y el restañar de los chicotes enlazados a las voces roncas e impostadas de los Corrochanos, o para ver la luz del sol reflejado en los diminutos abalorios de cristal adosados a sus atuendos o los penachos rojos de los caporales o las cadenas rotas con campanillas que los negros pampas usan para realzar sus movimientos?... Es una danza evocativa y ligada a sentimientos y tradiciones, pero, también, un acontecimiento en virtud del cual se despliega un gran movimiento económico y un desplazamiento social importante, ya que su permanencia y vigencia en la actualidad se han evidentemente robustecidos, pues cuenta en la ciudad con más de sesenta cuadrillas o cofradías, sin contar las existentes en los poblados de los alrededores. Es una danza magnífica. Aun recuerdo el esplendor y el suntuosísimo colorido de los ropajes de la Cuadrilla de Negritos de Chacón, fundada por don Fernando Fernández Flores allá en 1919, pero también recuerdo a la Cuadrilla de San Pedro del viejo folklorista Don Miguel Guerra Garay, uno de los personajes más entrañables y campechanos que poblara Huánuco (la misma loa se merece el pintoresco Digno Fernández). Las Cuadrillas de Chacón y de Miguel Guerra competían siempre para quedarse con el afecto de la gente. Aún hoy existe una cordial rivalidad entre ambas Cofradías. También recuerdo con gran nitidez a las Cuadrillas de Niño Justo Juez, del Señor de Puelles, del Patrocinio y otras que no nombro, no por impenitente o poco memorioso, sino por razones de tiempo y economía de espacio… Los Negritos de Huanuco –pausa, absorbo una bocanada de aire entes de concluir- es una entidad que representa –como una insignia, un pabellón, una bandera, un estandarte, un recuerdo sumamente grato, o una ciclópea esponja-símbolo que absorbe todo el agua que se vierte en su derrotero- a nuestra ciudad, y está vinculada con vigor y abrumadora ternura a los años de mi infancia y transgresora mocedad; y sé que es (y será por siempre) una de las tantas razones por las cuales, agónico o sin aliento, tiendo a volver al lugar donde nací.
Nadie concibe a Huánuco sin la danza de los negritos, un baile que por el transcurso y sostén de los años adquirió la cualidad de símbolo de la identidad huanuqueña. Si bien es cierto que esta estampa folklórica es fruto del coloniaje, resulta difícil precisar cronológicamente la fecha exacta de su origen ya que no hay una posición unitaria al respecto; lo que reseñaré –para evitar todo ese fárrago de información poco consensuada- es que este baile se institucionaliza –según la creencia vernacular- tiempo después de conocido el Decreto promulgado en diciembre de 1854 por Don Ramón Castilla y Marquesado que otorgó la libertad a los negros esclavos traídos al Perú desde Cafre y otros pueblos del África para trabajar en las haciendas de la costa y de las yungas peruanas, las minas de Cerro de Pasco, Lampa y Huancavelica –entre otros- y en los conventos religiosos diseminados a lo largo del Virreinato . A partir de esa fecha, fusionada por su cercanía con los fastos de la navidad, las cofradías de negritos –que hasta entonces solo danzaban en los galpones y en los patios de las casonas de los hacendados- hicieron su aparición en las calles de la ciudad al son del bombo, bailando y bebiendo shacta o shinguirito –aguardiente de Vichaycoto y Quicacán- y visitando los nacimientos, iglesias, capillas y residencias de los referentes de la localidad. Esta variante regional vinculada a la historia y los personajes locales de Huánuco, está íntimamente ligada a otras danzas practicadas en el país como las de los Negritos de Viso en Cerro de Pasco, los Negritos de Huarochirí en Lima, los Qapaq Negro de Paucartambo-Cusco, o la Morenada en el Altiplano peruano, por solo citar unas cuantas. Todas germinaron en la época colonial bajo la hegemonía de la cultura occidental y cristiana y fueron desplegadas de manera efectiva a través de la Iglesia Católica, ya que entre otras acciones, en la Navidad y la Bajada de Reyes se festejaba en sus predios -con danzas y música-, la incorporación de nuevos cristianos. Las máscaras de color negro, los pasos pausados, las largas cadenas, campanillas, cascabeles y matracas son algunos de los rasgos comunes de las danzas citadas anteriormente. Sus peculiaridades o la singularidad de estas manifestaciones artísticas radica en el hecho de que tanto las poblaciones de procedencia africana como las nativas las gestaron al margen de la preponderancia política española, dotándolas de una personalidad cultural nueva, transformando las danzas y la música hispanas en algo cuyo carácter e identidad es a la fecha, resumen de la presencia conflictiva y aporte del acervo musical-costumbrista de tres culturas: la española, la africana y la indígena.
Volviendo al tema que nos atañe, la “Danza De Los Negritos”, es tal vez el más vistoso ballet del folklore peruano, uno de los más populares y característicos bailes de la región central del país. Sus treinta y seis integrantes que, muñidos de coloridos y lujosos atuendos, bailan al compás del bombo, tarolas y una banda de metales, prodigan con su coreografía y anclaje en la tradición, una de las viñetas culturales más significativas que tiene el departamento de Huánuco. Dando dos pasos adelante y una atrás, los danzarines recorren la ciudad, del 25 de diciembre al 18 de enero, en un itinerario signado por el ambiente navideño del momento. Dos caporales o jefes mayores, con cotones bordados con hilos de oro y plata, cuentas de cristal, campanillas y lentejuelas, señalan al resto de la cuadrilla las mudanzas, los pasos, firuletes, quiebres o coreografías a seguir por los veinticuatro negritos pampa entre los cuales se cuentan a sus cuatro guiadores. “El Tirabuzón”, “El Saludo”, “El Perdón”, “La Cruz” son los nombres de las principales mudanzas que los caporales ejecutan, rememorando de este manera, los modos de ser y actuar que tenían los esclavos en tiempos de la colonia. Estas mudanzas no solo contemplan alegrías y congojas, sino también los sueños y ansias de libertad, desvirtuados, indudablemente, por los dictados y pretensiones de los castellanos, en las duras jornadas agrícolas de antaño.
Otros personajes que se suman mucho después a la estampa, son los Corrochanos, representación jovial e irónica, institucionalizada como una suerte de mofa a don Fermín García Gorrochano, barbero, descendiente de hidalgos españoles; un cascarrabias a ultranza y hombre de pocas pulgas si de chiquillos se trataba. Cuando un chiuche berreaba o jugueteaba cerca de la barbería –cuentan los viejos-, el susodicho señor salía, látigo en mano, a enseñar respeto, compostura y buenos modales a los mocosos. Cuando éstos se hicieron jóvenes, al aparecer los danzantes en navidad, no tuvieron mejor idea que disfrazarse de Gorrochano y asustar a los niños a medida que los danzantes avanzaban a paso templado por las calles. Más allá del dato anecdótico, en la actualidad, los Corrochanos son personajes que representan, según la enriquecida usanza, a los caballeros españoles, pero, con un aire bufonesco.
Danzando al ritmo de las seis o siete variantes musicales propias del baile, y que la orquesta ejecuta con profusas ganas y tesón, los negritos, como una forma de materializar los antiguos sueños de libertad, pasan por las arterias principales de Huánuco, compartiendo su algarabía con el público presente, adorando al niño Jesús, brindando con shinguirito, degustando ese plato humilde pero pantagruélico (y exquisitísimo) llamado Locro de Gallina, cuyo efecto no sería el mismo, si no es debidamente preludiado con un platazo de Picante de Queso y acompañado luego, como para endulzar el paladar, con una generosa ración de picarones o unos bocados de prestiños.
El turco y la dama son otros dos protagonistas dignos de tenerse en cuenta. El rol de los mismos sería el de filibusteros, es decir de aquéllos mercaderes sin escrúpulos que, exentos de toda culpa y vergüenza, tras subastar a los negros en los galpones de las haciendas, se solazaban, cínicamente, en un festejo que, en realidad, poco les importaba. Ellos, mientras danza la cuadrilla, presuntuosos, socarrones y doblemente ufanos, como si fuesen en realidad los benefactores de la fiesta, se pasean de un extremo a otro, tomándose de los brazos.
Finalmente, los abanderados, son los encargados de llevar en alto las banderas peruana y argentina, incorporándoselos a la danza, con el objeto de perennizar los valores de la independencia peruana y como un homenaje al esfuerzo decidido de los hijos de ambas naciones.
Los Negritos de Huánuco, es, sin temor a dudas, la danza de mayor calidad artística con la cual desde niños nos regocijamos los nacidos en estos parajes. ¿Quién no tarareó alguna vez de pequeño el chin-cata chin-cata chin-chin chin-cata… y remedó los pasos de algún caporal o negrito al son de estos compases?¿Quien no los siguió cuadras y cuadras para verlos danzar en cada parada y escuchar el ruido de los fuegos artificiales, el sonido agreste de las matracas y el restañar de los chicotes enlazados a las voces roncas e impostadas de los Corrochanos, o para ver la luz del sol reflejado en los diminutos abalorios de cristal adosados a sus atuendos o los penachos rojos de los caporales o las cadenas rotas con campanillas que los negros pampas usan para realzar sus movimientos?... Es una danza evocativa y ligada a sentimientos y tradiciones, pero, también, un acontecimiento en virtud del cual se despliega un gran movimiento económico y un desplazamiento social importante, ya que su permanencia y vigencia en la actualidad se han evidentemente robustecidos, pues cuenta en la ciudad con más de sesenta cuadrillas o cofradías, sin contar las existentes en los poblados de los alrededores. Es una danza magnífica. Aun recuerdo el esplendor y el suntuosísimo colorido de los ropajes de la Cuadrilla de Negritos de Chacón, fundada por don Fernando Fernández Flores allá en 1919, pero también recuerdo a la Cuadrilla de San Pedro del viejo folklorista Don Miguel Guerra Garay, uno de los personajes más entrañables y campechanos que poblara Huánuco (la misma loa se merece el pintoresco Digno Fernández). Las Cuadrillas de Chacón y de Miguel Guerra competían siempre para quedarse con el afecto de la gente. Aún hoy existe una cordial rivalidad entre ambas Cofradías. También recuerdo con gran nitidez a las Cuadrillas de Niño Justo Juez, del Señor de Puelles, del Patrocinio y otras que no nombro, no por impenitente o poco memorioso, sino por razones de tiempo y economía de espacio… Los Negritos de Huanuco –pausa, absorbo una bocanada de aire entes de concluir- es una entidad que representa –como una insignia, un pabellón, una bandera, un estandarte, un recuerdo sumamente grato, o una ciclópea esponja-símbolo que absorbe todo el agua que se vierte en su derrotero- a nuestra ciudad, y está vinculada con vigor y abrumadora ternura a los años de mi infancia y transgresora mocedad; y sé que es (y será por siempre) una de las tantas razones por las cuales, agónico o sin aliento, tiendo a volver al lugar donde nací.